domingo, septiembre 01, 2013

Septiembre


La luz lejana de septiembre, su eco deshilachado, el azul de todo lo que se desvanece y es del aire y no es casi nada, y no es de nadie.

Lo que me dije y no recuerdo, lo que ya no está, lo que olvidé junto a las fuentes.

Todo lo que no encuentro estos días de tierra y cobre.

Un telegrama urgente desde el centro de una luz que no se debiera extinguir.

La luz de la lámpara en la madrugada, lo que queda de la tarde, todo lo que echo de menos.

Por esto, por esto, y por esto, he salido a mi encuentro.

sábado, marzo 17, 2012

De cuando cumplí un año y un poema de Erri De Luca


DESPUÉS 

No los del bunker,
no los que tengan reservas de alimentos,
ninguno de ciudad,
se salvarán los indios, cachemires, masai,
beduinos protegidos del viento, mongoles a caballo;
también uno de Nápoles escondido en el Vesubio,
y un judío envuelto en un enjambre de palabras,
ilesos por pura tradición en un horno que arde.
Se salvarán más mujeres que hombres,
más peces que mamíferos,
desaparecerá el rock and roll, quedarán las plegarias,
desaparecerá el dinero, y volverán las conchas.
La humanidad serán pocos, mestizos, nómadas,
se moverán a pie. Y su botín, la vida:
la riqueza más grande que se puede transmitir a un hijo.

Erri De Luca (Nápoles.1950)

domingo, diciembre 18, 2011

Cuando los Sánchez (El telephone line de la ELO y Don't let it show, de Alan Parsons)


Yo empecé a crecer en esa época en que los discos costaban 180 pesetas en los Sánchez (una cadena de electrodomésticos de Granada), 360 los dobles (que prácticamente se limitaban al Saturday Night Fever y a Grease). Y créanme: era mucha pasta.

Con 12 años, había dos temas que me tenían subyugado: Telephone line, de la Electric Light Orchesta y Don't let it show, de Alan Parsons Project.

Crecimos, pues, entre órganos, falsetes y trompetas , en el esplendor de una forma de hacer música a base de naturalismo (si se hablaba de un teléfono, había que cantar, al menos al principio, con voz de teléfono y éste debía abrir el tema), mucha sensibilidad y algo de exhibicionismo.

Sin embargo, aquellas cotas de emoción fueron enormes; a base de levantarse para poner de nuevo el brazo del plato en el hueco sin rallar del comienzo de la canción, uno supo que esa especie de compulsión y necesidad de oír estas canciones una y otra vez no era sino esa especie de choque de tres mil trenes que te provoca en el alma el encuentro con algo hermoso.

También de allí anoté el rastro de tristeza que siempre dejan las canciones que uno prefiere (por muy energéticas que sean), ese sonido que se eleva por encima de la verbena y se queda, quieto en el aire, para que el domingo la plaza sea pura nostalgia, ese fervor caído que dijo Cernuda.

Vuelvo ahora a estas canciones de mis 12 años y me pregunto dónde, dentro de mí, habrán dejado su rastro de polvo hermosísimo y tristísimo, desde dónde miro ahora, sepultado entre las mantas de estos acordes.

(Nota: gracias, Joan, por su generoso comentario)




lunes, noviembre 21, 2011

The black keys: Lonely boy

Nada mejor para comenzar el lunes que este (enorme) trallazo hímnico de The black keys, Lonely boy, adelanto de su próximo disco, El camino, que tendremos en las tiendas el 6 de diciembre. En la coproducción, un genio de moda: Danger Mouse (del que me ocuparé aquí) ¿Bailamos? (ojo, que las muchachas de las minifaldas ya están ensayando: enlace)

jueves, noviembre 17, 2011

Paisajes de papel, de Francisca Aguirre

Francisca Aguirre (Alicante.1930) acaba de ganar el Premio Nacional de Poesía por Historia de una anatomía, editado por Hiperión. Enhorabuena. Les dejo un poema que siempre me gustó.



Paisajes de papel 

Aquella infancia fue más triste. 
Ser niño en el cuarenta y dos parecía imposible. 
Nuestra niñez era una mezcla de comprensión y aburrimiento. 
Éramos serios y aburridos. 
Recuerdo aquellas tardes; eran como el mundo era entonces: 
sin resquicios y tristes. 
Veo a mis pocos años observar con ahínco, 
tras el cristal opaco, la calle larga y gris; 
el sol estaba lejos y era lo único barato, 
lo único que traía alegría sin exigirnos nada. 
Veo a mi niña, adulta y consecuente 
con un programa bien trazado: 
crecer, crecer muy pronto, darse prisa 
—ser niño era una carga demasiado pesada 
para nosotros y para los grandes—. 
Sólo en verano el mundo parecía asequible, 
durante tres o cuatro meses saltar, correr, era la vida. 
Lo gris volvía siempre muy pronto. 
Un día amanecimos lentas, crecidas, 
llenas de miedo, de presente. 
Buscábamos palabras en el diccionario 
con el afán de comprenderlo todo: 
necesitábamos hacer lenguaje. 
Algunos nos miraron con asombro, 
decían que éramos inteligentes. 
Nosotras, durante los dolientes domingos 
dibujábamos inseguros paisajes. 
Durante mucho tiempo ésas fueron todas mis excursiones. 
Salir a un campo que no fuera pintado 
suponía gastar unos zapatos. 
Salir, salir, ése era el sueño, 
abolir a las trenzas, inaugurar la barra de labios: 
¡mi reino por un trabajo! 
¿Cómo rendir ahora un homenaje a aquellos días? 
¿Cómo añorarlos sin desconfianza? 
Se arrugaron, igual que los paisajes de papel, 
mientras crecíamos hacia este desconsuelo que hoy nos puebla
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