Gracias a Juan Jesús García por su generosidad. Las fotos, por cierto, son también de él.
18 horas en la vida de un cantante de rock and roll
La vida en carretera de los músicos dista mucho del estereotipo al que suelen acudir los medios de comunicación. Viajamos con José Ignacio Lapido para ver cómo era su gira de este año.
“Salimos a las dos de la tarde, desde mi casa”. José Ignacio García Lapido está terminando las actuaciones de presentación de su disco ‘En otro tiempo en otro lugar’. Se ha recorrido todo la península, en horizontal y en vertical. A base de esfuerzo y kilómetros su disco -y ninguno más suyo que éste porque se ha constituido en su propio editor y autopromotor- ha terminado elegido entre los mejores del año 2005 en buena parte de la prensa especializada. ¿Y salen las cuentas? “Buenoooo, ya sabes que no se venden muchos discos ahora mismo, pero hay que sacarlos para tocar; ¡y además es mi trabajo!” dice, con tono, sobre todo, de autoconvencimiento.
El de hoy es un ‘bolo express’ en una sala sevillana. Es la tercera actuación en lo que va de año que hace en Sevilla, pero esta vez en reducida versión acústica con viaje de vuelta nada más acabar el ‘postconciertum’.
SALIDA
Carretera, sudor y siesta
A la hora convenida aparece José con la furgoneta y la peor noticia que se puede dar a las tres de la tarde y con destino a Sevilla: “No funciona el aire acondicionado”. “No jodas, tío que estamos en plena ola de calor…”. Pues es lo que hay. En Armilla, en La Telonera, se carga el equipo, a mano, colaborando todos. Aparecen también Víctor Sánchez, el guitarrista, y Raúl Bernal, el teclista, los dos músicos que acompañan a Lapido en sus conciertos de bolsillo. Todos se reparten por los asientos a prudente distancia del compañero para no dar calor al vecino, que ya entra él solo como un secador de pelo por las ventanas.
¡Ah el viejo mito de los grupos de rock and roll en gira que retrataron Robert Greenfield y Truman Capote viajando con los Stones!: antes de llegar a Loja ya todos están dormidos. Ni chistes, ni bromas, ni copas, ni nada de nada. Ayuda lo suyo el que hayan almorzado antes para no tener que detenerse y llegar en hora. La temperatura hace los demás. Todos fritos.
José conduce a los preceptivos 120 kmh mientras en el cd suena algo de Neil Young animando trotón a que la ‘furgo’ verde guardia civil con cristales ahumados devore ansiosa todas rayas discontinuas. La chica rubia del pomo de la palanca de cambios es lo más parecido a las tradicionales acompañantes de los roqueros. Si has visto ya la película ‘Stoned’, pues es todo mentira.
PARADA EN IKEA
"No somos de aquí"
Sevilla es la capital de Andalucía y además lo parece. Entrar o salir de ella es perderse en un sinfín de cruces elevados, desvíos, circunvalaciones, raquetas de varios niveles…señalizadas por los propios nativos, para que los visitantes se pierdan, hasta que el río de siempre sirva de referencia para situarse. José llama a su casa diciendo que ya están. También localiza a Chico, Adolfo González, su técnico de confianza desde los tiempos de los Cero y que fue la noche anterior para ir preparando el escenario.
Aprovechando el viaje pasamos por Ikea, que debe ser con la Giralda y la catedral uno de los puntos más visitados de la capital a juzgar por cómo estaban los aparcamientos. En su agencia les han preparado una ‘hoja de ruta’ vía GPS perfecta, pero entrando desde Granada, así que haciéndolo desde de Huelva ya hay que recurrir al método de toda la vida: “Oiga, por favor, ¿la plaza de Santa Catalina?”. José pregunta a unos motoristas, pero con tan mala puntería que cuando vuelven la cabeza y comprobamos que son chinos sobra su respuesta. “No somos de aquí”. Ya. Suena la primera carajada global en la furgoneta.
El destino es la sala ‘El Perro Andaluz’, un local situado en pleno centro al que acceder a bordo de una furgoneta con remolque supone un complicado viaje laberíntico por estrechas calles y prohibiciones peatonales. Además, para poder descargar hay que cortar la calle con un contenedor de basura porque no cabe nadie. Algunos pitan, otros ya saben que vivir en un centro histórico tiene sus servidumbres, y el hoy por ti y mañana por mi es la regla de convivencia.
EL LOCAL
Los Cabezones
La sala es un pequeño local cuyo dueño es un granadino, el actor Pepe Quero, de Los Ullen. Al fondo del escenario presiden Dalí, Lorca, y Buñuel, aunque fotografiados con una perspectiva de picado quedan distorsionadamente caricaturizados: “¡cómo se nota que son intelectuales, vaya cabeza que tienen!” dice Víctor. Sobre las mesas muchos dibujos surrealistas y el lema de la casa, firmado por André Bretón: “la libertad reivindica para la vida despierta una libertad parecida a la que y tenemos en el sueño”. Eso sí, con una mareante caligrafía ‘libre’ que ocupa la barra entera y parte de la pared.
Allí estaba ya Chico, que con José que ejerce de comodín y el técnico de la sala, Dani, van colocando todo. “Aquí tenemos conciertos casi todos los días, ayer estuvo Alfonso del Valle y han estado Raimundo y Kiko Veneno y mañana está Begines”, dice este último. Previendo una avalancha, la actuación de Lapido no se ha hecho pública, simplemente han corrido la voz “como un regalo a nuestros clientes” asegura Dani, un tipo hiperactivo, eficaz y que casi se ve borroso de no estarse quieto; es músico y toca también en el grupo Mezclamano.
TRUENOS REALES
Uno dos, uno dos, probando
Con cierta celeridad organizan todo en el escenario, que aunque pequeño supone un considerable metraje de mangueras, pedales, pies de micro, columnas, conexiones…y que no siempre hacen lo que tienen que hacer. José Ignacio es un tipo muy meticuloso, lo lleva todo perfectamente organizado en cajas de plástico, y tan cuidadoso que ni siquiera ha quitado el precio a uno de de los pedales que usa. Prueba durante una hora larga, hasta casi el momento de comenzar. Víctor lleva una Strato pintada con un indefinible color azul ascensor y Raúl maldice no haber descubierto antes la armónica que el piano.
La primera que tocan no suena, la segunda ya sí, es ‘Llamando las puertas del cielo’. Tampoco es para tanto. Con ‘El perro’ ya empieza a estar todo en su sitio, pero en ‘Tormentas imaginarias’ el equipo pega un petardazo atronador absolutamente real. “¡Coñó, estaban las clavijas invertidas” dice Chico, mientras el personal se recupera del susto. Todo en orden.
Habida cuenta de que faltaba poco para que llegara el público, los encargados de la sala han tendido a bien traer unos platitos para picar algo, un algo que sería todo el alimento sólido del grupo hasta volver a casa. Hay que reseñar especialmente que el jamón estaba de madre, como que lo ‘frititos’ resistieron el primer ataque, pero no el segundo.
EN CAPILLA
De riguroso negro
Un pitillito y a ponerse el mono de trabajo. Es tradicional en los grupos de Lapido el negro riguroso. Así que se visten con sus camisas oscuras, en silencio. Hay una cierta tensión en el ambiente, un vacío sonoro que parece impropio de músicos con cientos de conciertos, “pero que siempre notas, sobre todo en el estómago” dicen. No hay aspavientos de equipo de béisbol, ni risotadas, palmadas o abrazos expansivos, sólo se pasan las hojas con los temas y salen al escenario como quien va a rellenar un formulario ministerial, sin más.
La sala está casi llena. Hay un ambiente de complicidad y de admiración, que solo rompe uno más locuaz con un “‘¡primo lúcete!”. La media supera los ventitantos y da la sensación de que para todos ellos 091 fue un nombre importante en su vida. Hay gente de grupos, de Los Sentíos, de Los Comotoras y entre el público está Manolo LLanes, granadino y programador de los ciclos de pop del teatro Central. Delante de los ‘tres cabezones’, José Ignacio se sienta en su banqueta, mira al suelo con expresión de miope que se quita las gafas para no ver a nadie y comenta socarrón “no sé por donde empezar”; que no es que tenga la menor duda de por donde hacerlo, sino que es el título del primer tema. Viene a ser también una señal para José Vílchez, nuestro hombre para todo, coja las cajas del merchandising y se instale al fondo de la sala con sus camisetas y discos.
PUBLICO AGRADECIDO
Liturgia de rock and roll
Acostumbrado la seriedad distante del público granadino, el sevillano es la alegría de la huerta, generoso agradecido, locuaz, extrovertido... Víctor se mueve por el escenario con aspecto de ser un Faces desubicado, mientras que Raúl, de estampa indie, concentra buena parte de las miradas femeninas mientras ejerce de Al Kooper. Buena mezcla. En el centro José Ignacio es el objetivo de las admiraciones: “¡qué potencia!” dice uno; otro comenta “esto es rock pero sin batería, no esos pelmas de cantautores”. La primera fila se ha sentado en el suelo en semicírculo, solo faltaba la hoguera para recordar una acampada, por más que las canciones de Lapido sean el reverso de los himnos boyscout de María Ostíz. Pero las van cantando en voz alta a coro, como si rezaran. La liturgia del rock and roll siempre se ha asociado a la religiosa, y Lapido ha aprovechado esa cercanía para algunas letras, pero ver esa estampa sorprende.
‘La lluvia del atardecer’ en versión piano-bar pone el vello de punta. ‘La noche que luna que salio tarde’ se convierte en canción de domino público, podría no cantarla porque ya lo hace el público solo. Y luego con ‘Esta noche’ ocurre lo mismo, viene a ser lo de IKEA: canciones que uno hace suyas, las paga y luego encima tiene que montarlas en casa. “¡Casi na!” le dice él a ella al final del primer bis, “¡qué elegancia!” le responde ella mirando a su pareja con unos ojos algo acuosos. Los aplausos arrecian. Además en una sala pequeña no hay donde esconderse y no van a venir a rescatarte en helicóptero como a Keith Richards. Así que vuelven a salir a por el tercer bis. “El triunfo de la insistencia”, que no es ninguna canción esta vez, sino el agradecido comentario de Lapido antes de terminar con ‘A mil años luz’ y ‘En el laberinto’. Los ‘cabezones’ parece que sonríen también satisfechos, pero es un efecto óptico.
SALUDOS Y FIRMAS
Termina el espectáculo
El concierto ha terminado a eso de la medianoche. El público se distribuye por la sala a sus cosas, las de siempre (“¿estudias o diseñas?”), y ellos se recluyen en el camerino. Los ‘voladillos’ fritos se terminan de esfumar. Los dueños de la sala les llevan una botella de Ana de Condorniu para brindar por el éxito: “ha sido muy emocionante aseguran”. Apreciación con la que comienza lo que Sabina llama “el besamanos” es decir el ritual de saludos, autógrafos, fotos, firmas de discos y los “te acuerdas del concierto de…”, que con unos gintonics, no es que recuerdes, pero se hace más llevadero incluso para un tipo tan escasamente sociable como Lapido. Cada oficio tiene sus servidumbres, y ya lo decían los clásicos: “nos debemos a nuestro público”. No, no busque el lector chicas (y las que hay están acompañadas). A pesar de los mitos, seamos rigurosos: en esto del rock and roll siempre han sido bastante escasas. Barón Rojo, además de groseros, mentían también.
Pasadas la dos de la mañana es hora de recoger. El cansancio añade su plus de peso a las cajas metálicas de los aparatos. Para colmo se estropea la máquina de pagar el parking y hay que esperar casi otra hora a que venga el reparador de mantenimiento. Las tres de la madrugada. No hay ganas de risas. Tampoco para los últimos halagos: “después de verte ya me pudo morir tranquilo” le dice a José Ignacio un fans con la sinceridad excesiva que da un muy alto nivel (¡pero mucho!) de alcoholemia.
EL REGRESO
Bienvenidos a la realidad
No hay nadie en la calle y la sala se cierra con un portón metálico digno de una caja fuerte y un ruido que retumba en la noche sevillana. Y cuando ya esta todo el equipaje cargado y el personal haciéndose su hueco particular para dormir, una chica se acerca por la ventana para piropear al grupo con un, tan original como enigmático “¡qué coros mas bonitos hacéis!”, apreciación que tan de madrugada y con 250 kilómetros por delante no obtiene más que un “gracias, buenas noches” por respuesta. Empieza a sonar de nuevo Neil Young con el ‘bonito coro’ de los cuatro pistones de la furgo en formación. Ni ‘crazy’, ni ‘horse’.
Medio millón de vueltas y revueltas por las circunvalaciones sevillanas más tarde, tres horas después y una vez constatado que viniendo desde Sevilla el sol ciertamente sale por Antequera, la expedición arriba de nuevo a Granada. Son las ocho y media y el mundo normal ya funciona. “Pues ahora aprovecho para llevar a mi hijo al colegio” dice José Ignacio. Bienvenidos a la realidad. “Bajo los focos se es como Dios”, cantaba Pepe Risi, pero cuando se apagan se vuelve a ser ciudadano de infantería. El rock and roll no deja de ser un fugaz espejismo, en este caso de 18 horas.
Texto y fotos de Juan Jesús García
"En otro tiempo, en otro lugar" (Pentatonia Records.2005)
genial la crónica, estas son las cosas (casi las únicas) que me joden del exilio. Un saludo
ResponderEliminarA mi, del exilio no me jode nada; si acaso tener que exiliarme. Saludos.
ResponderEliminarGenial la crónica, muchas gracias por difundirla.
ResponderEliminarComo lean esto quienes dijimos, ya mismo están diciendo que la piratería obliga a nuestros mitos del rock a viajar a 40º y sin aire acondicionado, que antes del P2P iban en limusina :D
Saludos.
Gracias por vuestros comentarios y un saludo ¡¡¡
ResponderEliminarEstupenda desmitificación del nada legendario mundo de los bulos rockeros.
ResponderEliminarMadre mía!!!!... Acabo de dar casualmente con esta entrada en este blog de Enrique Ortiz, y he alucinado!!!. Leer la crónica de este concierto del Maestro en Sevilla, en el que estuve presente, ha sido alucinante!!. De hecho, hasta aparezco en la foto (número 20), en la que Lapido está firmando!!!. Qué tiempos... Y que maravilla que siga (espero que el próximo año) haciéndonos disfrutar con sus canciones sobre un escenario
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