Lo que un poeta puede hacer con las manos atadas a la espalda
Pegarle
una patada en los cojones
al enemigo de clase que lo ató
Hacerle
concienzudamente el amor
a su chica maliciosa que lo ató
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Las buenas intenciones (fragmento)
Nunca me han dolido todos los huesos
después de arar o segar de sol a sol.
Nunca he disparado un fusil.
Nunca he violado a una mujer.
Nunca me he desriñonado en una cadena de montaje.
Nunca he navegado en un mercante.
Nunca he linchado a un policía.
Nunca he conducido un camión.
Nunca he matado una gallina.
Nunca he comido faisán.
Nunca he ocupado una fábrica.
Nunca he dirigido una orquesta.
Nunca he torturado a un ser humano.
Me faltan, en suma, tantas experiencias
constitutivas de la humanidad
en su actual constitución. Yo no me explico
cómo consigo reunir valor
para el trabajo insensato de urdir versos.
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Mañana de primavera en Barcelona
Los ciento cincuenta campesinos hindúes analbafetos envenenados por pesticidas en Rajtapura (alguien no supo leer las instrucciones de uso)
y el olor a hierba recién cortada.
Los niños de Sierra Leona vendidos como esclavos para Gran Bretaña o Líbano (estamos, madre, en 1990)
y el olor de la hierba recién cortada.
Los alquileres pagados por emigrantes marroquíes a gitanos madrileños de La Veguilla para poder ocupar su chabola en el asentamiento (parece que se trata de diez mil pesetas, tampoco es tanto para los tiempos que corren)
y el olor de la hierba recién cortada.
El rostro de la vieja prostituta apostada frente a los escombros (las excavadoras van escribiendo el texto de la postmoderna ciudad alegre y confiada, MILLOREM CIUTAT VELLA) a setecientas pesetas el polvo
y el olor de la hierba recién cortada.
Y el olor de la hierba recién cortada.
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Sin título
"Porque eres linda desde el pie hasta el alma" Mario Benedetti
La cajera del supermercado cuyo rostro ha magullado
algún novio bestial pero no hay error en las cuentas
La estudiante vietnamita en el autobús
con la cara mojada de lágrimas o de ese aguacero
que desbarata Berlín con risa socarrona
La obrera jovencísima de anchas caderas rientes
que jugando enseña a su hijo todas las caricias de una amante
La militante en un grupo clandestino por los derechos humanos
que prepara un té menos dulce que su sonrisa
La tabernera de un local cerca del puerto báltico de Wismar
cuyas anchas manos tranquilas son deseadas por cada marino
La rubicunda estudiante de magisterio entrada en carnes
que te abre su corazón cuando sabe que amas Pentesilea
La camarera de un café de Weimar de piel y pechos tan amables
que sin querer bebo dos cafés más de los que quería
La mesticita nicaragüense inverosímilmente pelirroja
aprendiendo literatura para niños que hacen hoy la guerra
La adolescente solar con su hijo pequeño en Postdam
que sería mi compañera si se hubiera bajada del tranvía
una parada después
Mujeres en Mecklemburgo en Sajonia en Turingia en la Marca
a ratos las más hermosas de la tierra
hermanas mayores a las que no dobla el peso
del límite, la enfermedad, el horno:
vuestras mejillas abrasadas
anticipan un mundo no indefenso
contra los mecanismos de la masacre.
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(Los poemas están publicados en diferentes libros de Jorge Riechman: "Cuaderno de Berlín", "Baila con un extranjero", "Materia móvil" y "El día que dejé de leer EL PAÍS". Yo los he recogido del libro Feroces. Radicales, marginales y heterodoxos en la última poesía española. Selección de Isla Correyero. DVD. 1998)
Riechman ha logrado darle aliento poético a unos versos discursivos y comprometidos. La suya es una apuesta arriesgada pero siempre interesante.
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