lunes, noviembre 13, 2006
Dos poemas de Extraño abordaje ( III )
Uno
Ya expliqué por aquí que los poemas de Extraño abordaje representaron una opción por dejar a un lado el yo y hablar - escribir- de los otros. Yo es otro, escribió Rimbaud, pero no se trataba de esto sino de, literalmente, ponerse en lugar de otro, pero sin atreverme aún (lo hice en Páginas amarillas) a traspasar el velo de la tercera persona.
El poema que viene a continuación es imaginado y vivido en partes cuya proporción siempre es un misterio. Ya conté que por entonces, cuando escribí este libro, no había accedido aún al mundo laboral y este poema contiene una escena tipo: un hombre que vuelve tarde del trabajo.
El extrañamiento que cuenta el poema, más bien su proceso, proviene de una historia muy hermosa -también terrible- que me contó Paco Torres, el cuñado de Miguelito: un día, al volver a su casa, subiendo en el ascensor, al mirarse al espejo y esperando ver a un jovencito de 15 ó 20 años, vio su rostro verdadero y no podía creerse que el rostro que el espejo le devolvía fuera el suyo, el de alguien ya casado y con dos hijos, volviendo del trabajo, como si repente hubieran transcurrido 20 años de golpe, sin nada intermedio. Sé que este proceso de extrañamiento también le ha sucedido a mi madre y también al volver del trabajo, al vernos a mis hermanas y a mí, ya casi adultos.
El poema, claro, siguió después sus derroteros, pero creo que esa historia de Paco Torres fue el detonante, a pesar de que sólo queda reflejada en el último verso. Un poema necesita tan sólo de una chispa para que prenda. Cualquier cosa es válida y el resultado fue éste:
Qué pronta la noche en invierno
y cuánta lluvia todavía
hasta tu casa
coche solo desde el trabajo
de balances que no cuadrarán nunca.
Demasiado tarde de nuevo:
una mujer cansada
que ya no conoces te espera
y acaso no es feliz
inercia terrible de días
pero es tan tarde:
los niños que te miran
como a un extraño
estarán ya dormidos
creciendo demasiado pronto
para que no los reconozcas
como esos árboles de fin de siglo
que tampoco conoces
o la avenida
de un mundo que ya no es el tuyo.
Conduces y la dura luz
del invierno
compañía sola se rompe
estalla en el espejo
retrovisor
donde tampoco tú te reconoces.
Dos
En la segunda parte de Extraño abordaje, Variaciones sobre la luz, se plantea una situación idéntica a la anterior, pero contraria: alguien vuelve a casa después de trabajar, pero reconfortado, en situación de paz. Que sea un campesino me consta que es ingenuo y que cualquier agricultor que lo leyera se descojonaría por esa ingenuidad y falta de conocimiento. No importa, porque el poema pertenece a una realidad propia, la suya. Además, tal vez, en el fondo, algo tan importante como la teoría marxista de apropiación de los frutos sea definitorio, aunque, claro está, jamás pensé en ello cuando escribí el poema, que es éste:
Hombre atardeces lento
uno con ese sol que se va hundiendo
sin quiebros en el campo
largo adagio de nuevo que pronuncia
el milagro el final del día
caída silenciosa de una noche
que dice ya tu casa
pero antes
contemplas con amor el mundo
que has extendido con tus hombros
los surcos caminos del agua
repiten el otoño
que vendrá será hermoso.
Caminas y te alargas
como un paisaje que dejara pronto
las horas
vas pensando la dádiva el camino
que avanza el río el árbol
que nadie plantó que no viste
crecer pero que es tuyo
como tus hijos
que crecen como el agua y el fuego
sencillos
unidos a una tierra sin secreto
que los ampara.
Technorati Tags: poesía, Enrique Ortiz, Extraño abordaje
Me han gustado, más el primero.
ResponderEliminarYo tampoco sé quien se refleja en el espejo cuando consigo mirarme.
Un beso, Miriam G.
gracias a las dos por los comments; explicar algo de los poemas, de dónde vienen, a qué responden, puede ser un ejercicio interesante (al menos para mí). Miriam, acuérdate del miedo que Borges tenía a los espejos porque reproducían. :)
ResponderEliminarQué cabrón, y yo que leí entones el poema sin saber lo que me estaba esperando. Ahora, que yo el balance lo cuadro por cojones o no me voy a mi casa.
ResponderEliminara mi lo que me gusta es ese cuadro de Friedrich. Una maravilla!
ResponderEliminareduardito, si estaba claro; esto de la poesía tiene mucho de rappel, o no?; Sra. Galore, de acuerdo en lo de Friedrich. Saludos a ambos.
ResponderEliminarSi algo detesto es la autocomplacencia tanto en los halagos como en la poesía. Ojalá pudiese ser más preciso pero qué bella su poesía, oiga.
ResponderEliminargracias, Sr. Singer; intentaré, en adelante, ser más preciso. Un saludo.
ResponderEliminarAy Borges...
ResponderEliminarYo cuando leí al señor Singer pensé qeu la precisión la pedía para él.
Un beso, Miriam G.
efesstivamente, Miriam. La precisión la pedía él, pero, vamos, me la aplico con aquel "Inteligencia, dame el nombre exacto de las cosas " que suspiraba el de platero. Saludos.
ResponderEliminarJa, ja, ja Enrique, yo puedo asegurarte que no estoy nada interesada en la precisión.
ResponderEliminarUn beso, Miriam G.
Jajajajajajajajaja! Amigo Enrique!!! Ojalá YO pudiese ser más preciso describiendo su POESÍA!!!!!!!!!!!!!!!!
ResponderEliminar