Estudié en los Agustinos de Granada que, entonces, estaba en las afueras de Granada, en plena vega (hoy esas afueras son centro). En los recreos salíamos a comer un bocadillo o una palmera de chocolate al lado del colegio, y allí, generalmente, siempre había un coche abandonado.
Lo más curioso es que no era siempre el mismo: se iban sucediendo, como en turno riguroso, y todos acaban destrozados, me imagino que lo suficiente como para llevarlos al desguace una vez que le había sido sustraído todo lo aprovechable. El proceso, pues, día a día, era asistir a un proceso de deterioro inexorable. Lo que más me llamaba la atención es que a todos, sobre el techo abollado, se le formaba un pequeño charco, que con los rigores del invierno terminaba en una capa helada.
La poesía, que a veces trabaja con un material con carga simbólica, se encargó de hacer el resto. Barajaba entonces un libro titulado "Coches abandonados" que era de relatos; sin embargo todo terminó en un solo poema que incorporé a Extraño abordaje:
A veces el pasado es una imagen
o el coche abandonado
que te sigue a través del tiempo
que te dejó sin sangre tan temprano
o el camino aquel del invierno
diario que lo acogía
porque estaba tan roto como el siglo
que lo inventó
porque tenía el techo hundido
por las caricias crueles de los niños
que lo iban desmembrando
día a día sin palabras.
O allí tus ojos desde entonces húmedos
contemplando el revés de los milagross
mañanas sucesiva que arrastraron
las puertas de la intimidad
y el cobijo el volante que guió
sencillamente
las ruedas que besaron
la tierra
con su pobre y cálida goma
tan desgastadas y tan solas
que te cerraron por primera vez
las manos donde crece
la rabia preguntando quién por qué
el agua helada sobre el techo hundido
de un tierno corazón
nacido al fin para el desguace
como tu sueño.
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La escena abunda en nuestras ciudades: alguien, arrodillado en la acera, mostrando un cartel, pide limosna. Si el que pide no parece un mendigo, sino que es un hombre en torno a los 50, peinado, vestido normalmente, pero con una mirada de las que no se olvidan nunca, ahí hay una historia (bueno, siempre suele haberla). Esa historia la escribió después, en 1994, Enrique de Hériz en El día menos pensado (enorme novela). Yo tenía el primer verso (un lento pañuelo tus ojos) e iba y venía con esa historia que no conocía; no quería averiguarla, ni reconstruirla; quería un fogonazo, un poema que sabía que iba a ser corto y que pudiera expresarlo todo (el encuentro, el sentimiento, la reflexión, la denuncia). Este fue el primer poema que escribí de Extraño abordaje:
Un lento pañuelo tus ojos
descalzos y tendidos
arrojado en la acera que hace siglos
que ocupas.
Tierno mapa tu cuerpo
que maldijo la lluvia
aquélla que fue látigo y herida
para que no sanaras nunca
y el dolor implacable
te recordara siempre
todo aquello de un mundo
al que ahora tu tímido cartel
advierte
que hay lugares donde las tazas
de café siempre tienen polvo.
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Gracias Enrique, de alguna manera explicar de donde vienen tus poemas es como charlar contigo. Me han gustado. Me gustan las cosas pequeñas: los charcos.
ResponderEliminarBuen día
Gracias a ti, Olvido. Creo que la explicación puede ser, cuando menos, curiosa. Me alegro de que te gusten. Gracias de nuevo y también buen día para ti (hoy sí te he pillado a tiempo)
ResponderEliminarMuy bonitos Enrique, me he puesto un poco triste ¿era eso lo que pretendían?
ResponderEliminarUn beso, Miriam G.
No, Miriam. Mira, este libro está dividido en dos partes: Variaciones sobre la sombra y Variaciones sobre la luz; se presentan 17 poemas en cada parte que corresponden a una serie de estampas más o menos cotidianas. En la primera parte son estampas tristes, oscuras, mientras que en la segunda son alegres, más vivas. Pero la pretensión no es la de buscar la tristeza, sino la de profundizar y reflexionar sobre determinadas cosas, como ves en estos dos poemas, que a veces son casi nada. Sólo la poesía puede llegar al fondo de algunas cosas, es una investigación a fondo. Ya iré poniendo cosas mejores, de otros autores, claro, donde irás viendo todo esto y verás como te gusta. Un beso muy fuerte.
ResponderEliminarYo no he dicho que no me guste, todo lo contrario. Y tampoco he racionalizado lo de la tristeza, simplemente note un pellizco.
ResponderEliminarUn beso, Miriam G.
Ya lo séeee, pero yo creo que te he liado. :)) Un beso, Miriam.
ResponderEliminarLLegó la lluvia, lo cual me alegra, cosa rara.Espero dure. Me acuerdo de esos poemas, los leí muchas veces, ahora sabiendo su historia, su evolución, los entiendo mejor. Gracias. Un beso. Cuti
ResponderEliminarEl segundo poema es precioso. ¡Precioso! Me ha dejado KO.
ResponderEliminarGracias, Alvy, muchas gracias. Lástima que sea ya tan viejo. Un abrazo fuerte.
ResponderEliminarMe alegra y me satisface leer tus poemas, cercanos a la realidad, comprometidos con tu mirada. Un abrazo.
ResponderEliminarUn abrazo, Francisco, y muchas gracias por tu generoso comentario.
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