Hubo un momento muy importante en mi vida. No recuerdo el año, pero quizá sería a mis 16 ó 17 años. Ya escribía poemas, claro. En el Ideal de Granada leí un artículo de José Gutiérrez (un magnífico poeta) sobre Claudio Rodríguez y su libro Don de la ebriedad, y allí estos versos:
...Si llegases
de súbito y al par de la mañana,
al par de este creciente mes, sabiendo,
como la lluvia sabe de mi infancia,
que una cosa es llegar y otra llegarme
El deslumbramiento fue brutal, sí, y esos versos se convirtieron en una especie de buque insignia para mí, a lo que debía aspirar y a lo que debía apuntar cuando emborronara folios. Ni que decir tiene que jamás lo he conseguido. Por mucho que la familia literaria de uno se pueda elegir, y uno pueda insertarse, fácilmente, en diversas tradiciones literarias, hay que ser digno del maestro al que uno sigue, y eso, niños y niñas, es otra historia.
Claudio Rodríguez (1934-1999) ha sido, quizá, el poeta más importante de la segunda mitad del siglo XX en España, con permiso de Jaime Gil de Biedma. Su poesía completa son sólo cinco libros, nada más, una obra completa que ocupa apenas 360 páginas, generosamente maquetadas en la edición de Tusquets. El otro día leía un post soberbio, Manuel Vilas (otro magnífico poeta del que volveré a ocuparme aquí en breve), escribía que su héroe literario favorito era Juan Rulfo: "150 páginas y punto final. Eso es delicadeza. Encima, no hace falta ni leerlas" (enlace)
Don de la ebriedad ganó el premio Adonais de 1953, cuando Claudio Rodríguez tenía 19 años. El poeta comentó que lo había escrito con 17 años, mientras caminaba (hay una larga tradición de escritores y poetas andariegos de los que me tengo que ocupar aquí) por las tierras de Castilla (nació en Zamora). El petardazo fue tremendo. Cuando se habla de poesía, hay que mencionar este libro que en realidad es un largo poema, en endecasílabos, y que, tal vez, por delicadeza con el lector, está cortado en 17 poemas y dos cantos.
Ahora, cuando llueve, siempre me acuerdo de esos cinco versos, que han marcado de alguna manera mi vida, y de ese gran poeta que fue y es Claudio Rodríguez. Pongo el poema completo donde están esos versos. Es el poema VIII del Libro primero de Don de la embriaguez.
No porque llueva seré digno. ¿ Y cuándo
lo seré, en qué momento? ¿Entre la pausa
que va de gota a gota? Si llegases
de súbito y al par de la mañana,
al par de este creciente mes, sabiendo,
como la lluvia sabe de mi infancia,
que una cosa es llegar y otra llegarme
desde la vez aquella para nada...
Si llegases de pronto, ¿qué diría?
Huele a silencio cada ser y rápida
la visión cae desde altas cimas siempre.
Como el mantillo de los campos, basta,
basta a mi corazón ligera siembra
para darse hasta el límite. Igual basta,
no sé por qué, a la nube. Qué eficacia
la del amor. Y llueve. Estoy pensando
que la lluvia no tiene sal de lágrimas.
Puede que sea ya un poco más digno.
Y es por el sol, por este viento, que alza
la vida, por el humo de los montes,
por la roca, en la noche aún más exacta,
por el lejano mar. Es por lo único
que purifica, por lo que nos salva.
Quisiera estar contigo no por verte
sino por ver lo mismo que tú, cada
cosa en la que respiras como en esta
lluvia de tanta sencillez, que lava.
Hace un año: Marditos roedores
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Hermosísimo poema, compa Enrique. Curiosamente, y en relación con la lluvia, hace sólo unos días escribía sobre mi aversión por los días nublos y aledaños: con textos así, está claro que tendré que replantearme tales querencias. Qué maravillas...
ResponderEliminarUn abrazo.
Gracias, compa Manuel, por tus generosos comentarios (no siempre puedo contestar). La lluvia, claro, tiene algo, como dice Claudio Rodríguez que sabe de su infancia; lo cual no quita para que a veces sea un coñazo. Un abrazo muy fuerte, compa Manuel.
ResponderEliminarQué belleza. Esta serie de entradas sobre la lluvia te hacen parecer un chamán que recita mantras para invocarla. Hay poemas que son auténticos pedacitos de peyote...
ResponderEliminarGracias y un beso. M.
No me disgusta a mí el papel de Chamán, siempre que participe de ese peyote... Un beso, M. y gracias a ti, claro.
ResponderEliminarPues qué te voy a decir. Genial, y punto final. Con estas entradas en las que nos regalas fotos impresionantes, y poemas imprescindibles, está claro que tú "nos llegas".
ResponderEliminarMil gracias.
Preciosos versos Quique y leyéndolos he recordado el famoso epitafio en la lápida de John Keats, poeta que leo intermitentemente”aquí yace uno cuyo nombre estaba escrito en el agua”, siempre me provocaron inquietud estas palabras, sería la insatisfacción por sus poemas lo que le llevó a esta frase. Creo Quique que la satisfacción en la escritura no acaba de conseguirse nunca.
ResponderEliminarUn beso, buen día
Gracias, Marsu, me da mucha alegría que os gusten los poemas y las fotos, uno siempre duda de si acertará o no. Así que mil gracias a ti por tu generoso comentario y un beso, Marsu :))
ResponderEliminarGracias, Olvido, me alegro mucho también de que te gusten. Tengo pendiente, desde hace muchos, muchos años, un tomo enorme de Julio Cortázar sobre John Keats y nunca veo el momento. Quizá ahora que he conocido ese epitafio de tu mano. Un beso y buen día también para ti.
El poema precioso, no me extraña que te marcara, lo q me extraña es q a esa edad (y aqui meto al autor del poema también) uno lea o escriba estas cosas, en fin, se ve q mi edad del pavo fue intensa...
ResponderEliminarLo que me gusta cuando nos llamas "niños y niñas"!! un beso. Cuti
Si viviera en Escocia como yo, entonces la lluvia lo sabría TODO.
ResponderEliminarUn beso, Enrique.