Me ha encantado un artículo de González Ledesma (un autor muy querido en esta casa: enlace) en El País. Lo copio entero y dejo el enlace para el que lo quiera leer en el original. Me ha parecido una lección de sencillez, de maestría, de saber mirar. Tenía previsto una serie de entradas a propósito de la propuesta de la abolición de las corridas de toros en Cataluña, y no se me ocurre mejor forma de empezar esta serie que con este brillantísimo artículo.
La memoria del llanto
Perdonen si empiezo con una confidencia personal: yo, que soy contrario a los toros, entiendo de toros. Durante años, cuando me recogieron en Zaragoza durante la posguerra, traté casi diariamente con don Celestino Martín, que era el empresario de la plaza. Eso me permitió conocer a los grandes de la época: Jaime Noain, El Estudiante, Rafaelillo, Nicanor Villalta. Me permitió conocer también, a mi pesar, el mundo del toro: las palizas con sacos de arena al animal prisionero para quebrantarlo, los largos ayunos sustituidos poco antes de la fiesta por una comida excesiva para que el toro se sintiera cansado, la técnica de hacerle dar con la capa varias vueltas al ruedo para agotarlo... Si algún lector va a la plaza, le ruego observe el agotamiento del animal y cómo respira. Y eso antes de empezar.
Vi las puyas, las tuve en la mano, las sentí. El que pague por ver cómo a un ser vivo y noble le clavan eso debería pedir perdón a su conciencia y pedir perdón a Dios. ¿Quién es capaz de decir que eso no destroza? ¿Quién es capaz de decir que eso no causa dolor? Pero, claro, el torero, es decir, el artista necesita protegerse. La pica le rompe al toro los músculos del cuello, y a partir de entonces el animal no puede girar la cabeza y sólo logra embestir de frente. Así el famoso sabe por dónde van a pasar los cuernos y arrimarse después como un héroe, manchándose con la sangre del lomo del animal a mayor gloria de su valentía y su arte.
Me di cuenta, en mi ingenuidad de muchacho (los ingenuos ven la verdad), de que el toro era el único inocente que había en la plaza, que sólo buscaba una salida al ruedo del suplicio, tanto que a veces, en su desesperación, se lanzaba al tendido. Lo vi sufrir estocadas y estocadas, porque casi nunca se le mata a la primera, y ha quedado en mi memoria un pobre toro gimiendo en el centro de la plaza, con el estoque a medio clavar, pidiendo una piedad inútil. ¡El animal estaba pidiendo piedad...! Eso ha quedado en la memoria secreta que todos tenemos, mi memoria del llanto.
Y en esa memoria del llanto está el horror de las banderillas negras. A un pobre animal manso le clavaron esas varas con explosivos que le hacían saltar a pedazos la carne. Y la gente pagaba por verlo.
El que acude a la plaza debería hacer uso de ese sentido de la igualdad que todos tenemos y darse cuenta de que va a ver un juego de muerte y tortura con un solo perdedor: el animal. El peligro del toreo, además de inmoral como espectáculo, es efectista, y si no lo fuera, si encima pagáramos para ver morir a un hombre, faltarían manos y leyes para prohibir la fiesta.
Gente docta me dice: te equivocas. Esto es una tradición. Cierto. Pero gente docta me recuerda: teníamos la tradición de quemar vivos a los herejes en la plaza pública, la de ejecutar a garrote ante toda una ciudad, la de la esclavitud, la de la educación a palos. Todas esas tradiciones las hemos ido eliminando a base de leyes, cultura y valores humanos. ¿No habrá una ley para prohibir esa última tortura, por la cual además pagamos?
Perdonen a este viejo periodista que aún sabe mirar a los ojos de un animal y no ha perdido la memoria del llanto.
Francisco González Ledesma es periodista y escritor.
Contado así, desde luego votaría por la abolición de las corridas, pero yo he oído otra versiones,como tu igualmente las habrás escuchado y ciertamente no sé si tuviera que tomar una decisión, la que tomaría. Un beso. Mam.
ResponderEliminarEl artículo en cuestión, compa Enrique, es demoledor, y deja con pocas "salidas" a los pro-taurinos. Yo, francamente, no lo tengo claro; mi simpatía "natural" (por llamarla de alguna manera) me inclina más hacia los anti, pero tampoco tengo una postura tan definida. Ah, y los toros, por otro lado, no me gustan, como espectáculo o arte, o lo que sea. Gracias, en todo caso, por hacernos llegar el material.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo y buen día.
Gracias, Mam. Desde luego, hay teorías para todo, pero no sé, parece que está muy claro. Un beso:))
ResponderEliminarMuchas gracias, compa Manuel. Me alegra que te guste el artículo y, sí, tienes razón, no deja muchas salidas. Gracias a ti por acercarte por aquí. Un abrazo bien fuerte, que hace frío :)
Yo no entiendo nada de toros, pero tampoco soy capaz de comprender dónde está el arte del que presumen…
ResponderEliminarMagnífico artículo.
Biquiños
Yo creo que no deja ninguna salida. Hay tradiciones buenas y tradiciones malas. Adornar con flores y plantas, anualmente, los patios de una ciudad es buena. Tirar a una cabra desde un campanario es mala. Y así hasta el infinito, siguiendo unos principios universales que rechazan el sufrimiento de un ser vivo para diversión de otros. La sangre es sangre, la herida es herida y el dolor es dolor, en la espalda de un hombre y en el lomo de un animal.
ResponderEliminarGran artículo. Un beso, M.
Salud, Enrique!
ResponderEliminarYo pienso que es mejor bailar con el toro que matalo y torço siempre para el toro!
Gracias!
A mí tampoco me gustan los toros. Pero aunque me gustasen, habría que reconocer que el artículo es bellísimo.
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