Foto de Michael Kenna
Llevo mucho tiempo queriendo poner esta interesantísima intervención de la excelente novelista Belén Gopegui en el II Seminario Internacional por el Progreso del Mundo. La leí en Rebelión, un sitio que hay que visitar y donde hay libros libres para descargar y vídeos rebeldes. A Rebelión llegué a través de un blog imprescindible: Días de futuro pasado (graciasss)
Creación revolucionaria y cerveza helada
Dijo en una ocasión Oscar Wilde y se ha citado con frecuencia: “Todo arte es bastante inútil”. Hace sólo unos días Paul Auster lo recordaba aquí en Oviedo, al recibir el premio Príncipe de Asturias, si bien Auster privaba a la frase del “bastante” y decía sólo “el arte es inútil”. Después de leer su discurso pensé: suena bonito lo de la inutilidad, pero que hay que podérsela permitir. O, si no, hay que pensar que la realidad, la que tenemos, no da escalofríos; hay que echar un vistazo a lo que nos rodea y decidir que es más o menos lo normal: esta mezcla de cines, barrios masacrados, ascensores, opresión, cerveza helada, terror en el trabajo, paseos, agotamiento de los recursos, bueno, todo eso sería más o menos lo normal.
Una vez decidido, es sencillo afirmar, cito, que “el valor del arte reside en su misma inutilidad” y a continuación preguntarse, como hizo Auster, como han hecho miles de artistas: “Pero ¿qué tiene de malo la inutilidad?”. Digo esto sin apenas ironía. A mí también me gusta hablar del encanto de lo inútil. Aunque pienso que si un hombre se está ahogando y ve pasar cerca a varios músicos de los cuales ninguno se tira al agua ni le arroja una cuerda o un trozo de madera sino que entre todos se ponen a tocar para él un cuarteto maravillosamente inútil, pienso que a ese hombre no le cabría ninguna duda acerca de qué es lo que tiene de malo la inutilidad.
La cuestión es que el mundo no se está ahogando todo el rato. En cierto modo sí, en cierto modo sabemos que ahora mismo la cantidad de sufrimiento evitable que hay en el mundo es muy superior a la cantidad de cualquier otra cosa, hay más sufrimiento evitable que petróleo, más que cerveza helada y más, seguramente, que agua de mar. Sin embargo, ocurre que la vida de las personas, la nuestra, es limitada y sucesiva y necesita pausas. Nadie puede dejar de dormir, y tampoco nadie puede estar continuamente achicando el sufrimiento evitable. Así que paseamos, bebemos cerveza helada y, un buen día, leemos una novela o escuchamos una canción de amor, sólo de amor, y necesitamos esa canción.
Entonces, ¿qué podemos hacer quienes pensamos que la realidad da escalofríos y que es preciso revolucionarla, y pensamos que la inutilidad es un lujo? A primera vista parece que estaríamos condenados, y condenadas, a que nos conviertan en aguafiestas: mira, con lo bonito que había sido ese discurso ahora vienen a recordarme que ni siquiera puedo cantar una inútil canción de amor. Pero eso es una trampa. Porque sabemos que la vida es sucesiva, y cada noche se duerme. Y sabemos que debe haber un espacio para lo inútil, si bien preferimos ajustarnos a la precisión de Wilde: lo bastante pero no del todo inútil, pues algunas canciones de amor acompañan y hacen la vida más llevadera. Sabemos que debe haber un espacio para lo que no es siempre y por completo revolucionario. Simplemente, pensamos también que ese espacio no debe ser inmenso. No mientras la realidad siga dándonos escalofríos. Y como no debe ser inmenso pensamos, por ejemplo, que entre las más de doscientas páginas de una novela puede, y a veces es muy conveniente que haya sitio para otras cosas además de la inutilidad. Así como también pensamos que, a menudo, la inutilidad ha sido un mero pretexto para que el artista diga a los dueños del orden imperante lo que estos quieren oír y lo que a estos les interesa que oigan los demás, pero esa es otra historia.
Hoy no quiero hablar de la batalla artística sino sólo del campo donde tiene lugar. Como es sabido, en los enfrentamientos suele obtener la victoria aquel que elige el campo de batalla. Y aunque la mayoría de las veces suele poder elegirlo el ejército más poderoso, en otras ocasiones las guerrillas, o los ejércitos más débiles, han logrado esquivar la atracción del campo de batalla que proponía el enemigo y llevarle al suyo. En la pequeña batalla de la creación artística podría hacerse lo mismo, como decía, con el concepto de arte inútil: durante mucho tiempo ha parecido que nuestras únicas opciones eran: o bien reivindicar un arte constantemente útil o bien aceptar su plena inutilidad y renunciar, por tanto, a la capacidad del arte para sembrar conciencias. Propongo en cambio que dejemos de luchar en su terreno y vayamos a un espacio en donde todo, o casi todo, sea posible. Que no nos hagan renunciar a la mitad del cuadrado por ellos elegida; seremos nosotros y nosotras quienes digamos si es la mitad o un cuarto o quizá todo el cuadrado lo que nos importa.
Hace unos días en un artículo de prensa se criticaba a un libro porque incurría en los tópicos de la corrección política, por ejemplo, cito “los fascistas son muy malos y los pobres sufren mucho”. Comprendo el canon estético de donde procede la crítica, en cierto modo lo comparto, creo que los tópicos suelen dar lugar a una imaginación reblandecida y creo que las simplificaciones y el maniqueísmo en poco o nada ayudan a comprender el mundo. Sin embargo, observo la evolución de la literatura y veo que el miedo a contrariar ese canon estético está dando lugar a productos patéticos. ¿Ha de hablarse acaso, para no incurrir en el tópico, de que el fascismo no es tan malo? ¿Ha de idealizarse la pobreza diciendo que hace a quien la padece sabio, alegre, simpático, y le otorga mayor potencia sexual? Porque lo cierto es que esto ocurre con frecuencia. Soldados de Salamina lo ilustra bien, pero hay multitud de ejemplos. Y cuando esto ocurre tiene, como sabemos, menor castigo que lo anterior en la estética y por tanto la ideología dominantes. De tal manera que autores de izquierdas, o revolucionarios, o simplemente críticos, terminan contradiciendo lo que sus ojos ven por miedo a incurrir en el tópico. Por un miedo legítimo a no incurrir en la ramplonería y en lo pueril y por un miedo, no tan legítimo, a contrariar a los dueños del orden, terminan disculpando el fascismo o mitificando el sexo y la alegría del pobre tal como hacían, y tal vez hacen aún, amplios sectores de la Iglesia Católica. O bien directamente se escapan, abandonan la posibilidad de tratar ciertos temas en la literatura y se enclaustran en lo exótico, lo visceral, lo exclusivamente familiar, cualquier cosa que esté lejos de la dialéctica política. Pero es posible, y si no tendremos que luchar para que lo sea, ser justo sin ser maniqueo, ser complejo sin ser cobarde, ser apasionado sin ser pueril.
Dijo también Paul Auster: “La novela es una colaboración a partes iguales entre el escritor y el lector, y constituye el único lugar del mundo donde dos extraños pueden encontrarse en condiciones de absoluta intimidad”. La novela revolucionaria, en cambio, no puede permitirse hablar únicamente a la intimidad del individuo aislado, y habla también al individuo en tanto miembro de una colectividad siquiera potencialmente revolucionaria. Pero es que tampoco la novela instalada o convencional se dirige sólo al individuo aislado. Cada lector íntimo y aislado lee la misma novela que muchos otros lectores, hecho que trae consigo el sentido de pertenencia a la comunidad lectora de esa novela y otorga al arte cierta capacidad de cohesión. De manera que una vez más, y para terminar, se trata de no aceptar la dicotomía. La creación revolucionaria, igual que, lo quiera o no, la creación instalada y convencional, se dirige al individuo como individuo y al mismo tiempo se dirige al individuo como miembro de una comunidad. Lo que ocurre es que, en el primer caso, se trata de una comunidad conforme con su propio destino, mientras que en el segundo se trata de dos cosas al mismo tiempo: una comunidad conforme con los paseos o la cerveza helada, pero inconforme, y a veces en conflicto, con la opresión y el miedo. Muchas gracias.
Intervención de Belén Gopegui en el II Seminario Internacional por el Progreso del Mundo: La Humanidad frente al Imperialismo. Red en Defensa de la Humanidad. Del 25 al 28 de octubre de 2006 en Oviedo
Hace un año: Match point
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Creación revolucionaria y cerveza helada
Dijo en una ocasión Oscar Wilde y se ha citado con frecuencia: “Todo arte es bastante inútil”. Hace sólo unos días Paul Auster lo recordaba aquí en Oviedo, al recibir el premio Príncipe de Asturias, si bien Auster privaba a la frase del “bastante” y decía sólo “el arte es inútil”. Después de leer su discurso pensé: suena bonito lo de la inutilidad, pero que hay que podérsela permitir. O, si no, hay que pensar que la realidad, la que tenemos, no da escalofríos; hay que echar un vistazo a lo que nos rodea y decidir que es más o menos lo normal: esta mezcla de cines, barrios masacrados, ascensores, opresión, cerveza helada, terror en el trabajo, paseos, agotamiento de los recursos, bueno, todo eso sería más o menos lo normal.
Una vez decidido, es sencillo afirmar, cito, que “el valor del arte reside en su misma inutilidad” y a continuación preguntarse, como hizo Auster, como han hecho miles de artistas: “Pero ¿qué tiene de malo la inutilidad?”. Digo esto sin apenas ironía. A mí también me gusta hablar del encanto de lo inútil. Aunque pienso que si un hombre se está ahogando y ve pasar cerca a varios músicos de los cuales ninguno se tira al agua ni le arroja una cuerda o un trozo de madera sino que entre todos se ponen a tocar para él un cuarteto maravillosamente inútil, pienso que a ese hombre no le cabría ninguna duda acerca de qué es lo que tiene de malo la inutilidad.
La cuestión es que el mundo no se está ahogando todo el rato. En cierto modo sí, en cierto modo sabemos que ahora mismo la cantidad de sufrimiento evitable que hay en el mundo es muy superior a la cantidad de cualquier otra cosa, hay más sufrimiento evitable que petróleo, más que cerveza helada y más, seguramente, que agua de mar. Sin embargo, ocurre que la vida de las personas, la nuestra, es limitada y sucesiva y necesita pausas. Nadie puede dejar de dormir, y tampoco nadie puede estar continuamente achicando el sufrimiento evitable. Así que paseamos, bebemos cerveza helada y, un buen día, leemos una novela o escuchamos una canción de amor, sólo de amor, y necesitamos esa canción.
Entonces, ¿qué podemos hacer quienes pensamos que la realidad da escalofríos y que es preciso revolucionarla, y pensamos que la inutilidad es un lujo? A primera vista parece que estaríamos condenados, y condenadas, a que nos conviertan en aguafiestas: mira, con lo bonito que había sido ese discurso ahora vienen a recordarme que ni siquiera puedo cantar una inútil canción de amor. Pero eso es una trampa. Porque sabemos que la vida es sucesiva, y cada noche se duerme. Y sabemos que debe haber un espacio para lo inútil, si bien preferimos ajustarnos a la precisión de Wilde: lo bastante pero no del todo inútil, pues algunas canciones de amor acompañan y hacen la vida más llevadera. Sabemos que debe haber un espacio para lo que no es siempre y por completo revolucionario. Simplemente, pensamos también que ese espacio no debe ser inmenso. No mientras la realidad siga dándonos escalofríos. Y como no debe ser inmenso pensamos, por ejemplo, que entre las más de doscientas páginas de una novela puede, y a veces es muy conveniente que haya sitio para otras cosas además de la inutilidad. Así como también pensamos que, a menudo, la inutilidad ha sido un mero pretexto para que el artista diga a los dueños del orden imperante lo que estos quieren oír y lo que a estos les interesa que oigan los demás, pero esa es otra historia.
Hoy no quiero hablar de la batalla artística sino sólo del campo donde tiene lugar. Como es sabido, en los enfrentamientos suele obtener la victoria aquel que elige el campo de batalla. Y aunque la mayoría de las veces suele poder elegirlo el ejército más poderoso, en otras ocasiones las guerrillas, o los ejércitos más débiles, han logrado esquivar la atracción del campo de batalla que proponía el enemigo y llevarle al suyo. En la pequeña batalla de la creación artística podría hacerse lo mismo, como decía, con el concepto de arte inútil: durante mucho tiempo ha parecido que nuestras únicas opciones eran: o bien reivindicar un arte constantemente útil o bien aceptar su plena inutilidad y renunciar, por tanto, a la capacidad del arte para sembrar conciencias. Propongo en cambio que dejemos de luchar en su terreno y vayamos a un espacio en donde todo, o casi todo, sea posible. Que no nos hagan renunciar a la mitad del cuadrado por ellos elegida; seremos nosotros y nosotras quienes digamos si es la mitad o un cuarto o quizá todo el cuadrado lo que nos importa.
Hace unos días en un artículo de prensa se criticaba a un libro porque incurría en los tópicos de la corrección política, por ejemplo, cito “los fascistas son muy malos y los pobres sufren mucho”. Comprendo el canon estético de donde procede la crítica, en cierto modo lo comparto, creo que los tópicos suelen dar lugar a una imaginación reblandecida y creo que las simplificaciones y el maniqueísmo en poco o nada ayudan a comprender el mundo. Sin embargo, observo la evolución de la literatura y veo que el miedo a contrariar ese canon estético está dando lugar a productos patéticos. ¿Ha de hablarse acaso, para no incurrir en el tópico, de que el fascismo no es tan malo? ¿Ha de idealizarse la pobreza diciendo que hace a quien la padece sabio, alegre, simpático, y le otorga mayor potencia sexual? Porque lo cierto es que esto ocurre con frecuencia. Soldados de Salamina lo ilustra bien, pero hay multitud de ejemplos. Y cuando esto ocurre tiene, como sabemos, menor castigo que lo anterior en la estética y por tanto la ideología dominantes. De tal manera que autores de izquierdas, o revolucionarios, o simplemente críticos, terminan contradiciendo lo que sus ojos ven por miedo a incurrir en el tópico. Por un miedo legítimo a no incurrir en la ramplonería y en lo pueril y por un miedo, no tan legítimo, a contrariar a los dueños del orden, terminan disculpando el fascismo o mitificando el sexo y la alegría del pobre tal como hacían, y tal vez hacen aún, amplios sectores de la Iglesia Católica. O bien directamente se escapan, abandonan la posibilidad de tratar ciertos temas en la literatura y se enclaustran en lo exótico, lo visceral, lo exclusivamente familiar, cualquier cosa que esté lejos de la dialéctica política. Pero es posible, y si no tendremos que luchar para que lo sea, ser justo sin ser maniqueo, ser complejo sin ser cobarde, ser apasionado sin ser pueril.
Dijo también Paul Auster: “La novela es una colaboración a partes iguales entre el escritor y el lector, y constituye el único lugar del mundo donde dos extraños pueden encontrarse en condiciones de absoluta intimidad”. La novela revolucionaria, en cambio, no puede permitirse hablar únicamente a la intimidad del individuo aislado, y habla también al individuo en tanto miembro de una colectividad siquiera potencialmente revolucionaria. Pero es que tampoco la novela instalada o convencional se dirige sólo al individuo aislado. Cada lector íntimo y aislado lee la misma novela que muchos otros lectores, hecho que trae consigo el sentido de pertenencia a la comunidad lectora de esa novela y otorga al arte cierta capacidad de cohesión. De manera que una vez más, y para terminar, se trata de no aceptar la dicotomía. La creación revolucionaria, igual que, lo quiera o no, la creación instalada y convencional, se dirige al individuo como individuo y al mismo tiempo se dirige al individuo como miembro de una comunidad. Lo que ocurre es que, en el primer caso, se trata de una comunidad conforme con su propio destino, mientras que en el segundo se trata de dos cosas al mismo tiempo: una comunidad conforme con los paseos o la cerveza helada, pero inconforme, y a veces en conflicto, con la opresión y el miedo. Muchas gracias.
Intervención de Belén Gopegui en el II Seminario Internacional por el Progreso del Mundo: La Humanidad frente al Imperialismo. Red en Defensa de la Humanidad. Del 25 al 28 de octubre de 2006 en Oviedo
Hace un año: Match point
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¡Buf que alivio! Si llega a decir que no se puede beber cerveza helada me borro de revolucionaria.
ResponderEliminarAhora en serio me ha gustado esta intervención, y no sólo porque nombre cuatro veces a Auster, que también, si no por la perspectiva que aporta.
Gracias Enrique.
Un beso, Miriam G.
Gracias a ti, Miriam. Reconozco que no he puesto fácil el comentario al transcribir un texto difícil, pero me encanta que te guste. Creo que es importante lo que dice, aunque, claro, se puede no estar de acuerdo. Personalmente, comulgando con lo que dice, creo que se queda corta en el sentido de que recorta funciones a la literatura: utilidad, sí, pero también estética, linguistica, social, reflexiva y también: ninguna, que es perfecta también esta función. Un beso fuerte y gracias a ti.
ResponderEliminarMás que recortar, las obvia, quizás precisamente, porque lo son, o porque para ella lo son en ese momento (obvias). A mí lo que me ha gustado es esa preocupación, de que por miedo al tópico, de uqe en busca de la originalidad formal, se pierda la esencia de lo que se quiere comunicar, de lo que se tiene que comunicar.
ResponderEliminarUn beso, Miriam G.
Puede que tengas razón, pero la utilidad de la literatura debe contemplar que la utilidad no es única. Gopegui es, desde luego, una gran autora. Un beso, Miriam.
ResponderEliminarLa utilidad de lo inútil, muchas gracias por el texto, es estupendo!
ResponderEliminarGracias a ud, Pussy, por su comentario. Hay un librito muy interesante, firmado por Luis García MOntero y Muñoz Molina que se llama ¿Por qué no es útil la literatura?. Está editado en Hiperión y se lee en un rato. Un beso, Sra. Galore.
ResponderEliminarNo des más títulos que me entra el estrés...fuera de bromas, me ha parecido una intervención estupenda y hubiera sido más estupendo todavía poder escucharla, cada vez me gusta más escuchar a gente que hable, que se exprese bien, que me enseñe algo nuevo y que me cree curiosidad. Un beso. Cuti
ResponderEliminarNo lo he leído, hoy no estoy lectora, pero lo haré, lo juro por Snoopy...
ResponderEliminarHabían pedido, un día, el Pirandello si el teatro tendría que ser político; qué contestó: puede ser, pero en propósito no necesita ser. Pienso igual en los artes en general. En la literatura y el provocation, indico Jauss, yo pongo cualquier cosa en línea más adelante...
ResponderEliminarUn beso.