Envejezco... Envejezco...
Tengo que llevar vueltas en los bajos de los pantalones.
¿Me peinaré hacia atrás? ¿Me atreveré a comer melocotón?
Me pondré pantalones blancos de franela, y pasearé por la playa.
T.S.Eliot (Canción de amor de Alfred Prufrock)
Tengo que llevar vueltas en los bajos de los pantalones.
¿Me peinaré hacia atrás? ¿Me atreveré a comer melocotón?
Me pondré pantalones blancos de franela, y pasearé por la playa.
T.S.Eliot (Canción de amor de Alfred Prufrock)
(Sirva esta entrada como pequeño homenaje a Mrs. Pussy Galore, a su blog y a su reciente post sobre las peluquerías -enlace-)
Lo que quiero contar es bien simple: cómo un pequeño cambio en nuestras vidas supone una enorme mejora. Pero, claro, hay un preámbulo.
Cuando pienso en peluquerías siempre me acuerdo de Epi y Blas, de un episodio en el que Epi está muy asustado porque tiene que ir a que le corten el pelo y Blas le explica, una y otra vez, que no hace daño, que no debe preocuparse y esas cosas de Epi y Blas.
También me acuerdo de mi padre, de un barbero (no había peluquerías masculinas entonces) en la Calle Mesones de Granada, de un olor (extrañísimo) a lociones, a laca, a qué sé yo ungüentos que hoy por hoy sólo puedo recuperarlos en el olor de un vecino muy querido, de la edad de mi padre. Huele a Agua Velva que, como el ciprés de Silos, ahí está, aguantando este tiempo extraño de cremitas masculinas de olores neutros que, para qué engañarnos, no huelen a hombre-hombre, como esa Agua Velva, con su color azul fuerte e inverosímil, con su frasco enorme e incomodísimo. Qué tiempos... De allí recuerdo un vistazo (nada más que un vistazo) a las portadas de esos primeros interviús que lógicamente no me atrevía a coger y que tanto prometían (esta es otra historia, claro)
Un paso más vino también de la mano de mi padre: la peluquería Barrales, también en Granada y la primera en la que te lavaba el pelo una chica, sí, así como suena: una chica. Ni que decir tiene que en aquella Granada de mis once o doce años aquéllo era una revolución y como toda revolución que se precie trajo colas, pero colas físicas de maridos, acompañados de hijos como yo que servíamos de treta para ese trajín de nuestros padres o, no sé, éramos obligados a ir por nuestras madres que seguramente pensaban que ir a una pelu donde chicas iban a tocar la cabeza del marido era menos peligroso si iban acompañados de hijos. Los hijos, al menos a este hijo, aquello ni fú ni fa. La sexualidad del preadolescente es más bruta y aquello era demasiado sofisticado. Eso sí, allí ya me iba atreviendo a coger algún interviú que otro (foto vía ): el de mayor éxito entre los padres fue el de Sara Montiel; como lo oyen.
Más recientemente (y es a lo que iba) mi vida ha experimentado un cambio enorme y muy positivo de la mano de las peluquerías. Me explico.
Desde que vivo aquí, en este extrarradio burgués, he estado yendo a una peluquería mixta (no sé por qué coño se llaman unisex si van dos sexos y ese cuarto o quinto sexo que llamamos una muchacha, como decía Onetti y he escrito mil veces aquí, pero es que no me canso yo de Onetti, oiga) que, además, creo que tiene el récord mundial de horario: de 7 de la mañana a 12 de la noche y de Lunes a Domingo (ele sus huevos y pobre, pobrísimo de aquel que tiene que hacer los turnos, qué lío) Pues en esa pelu mixta yo sufría, era un suplicio ir. Te cortaban el pelo chicos de unos 18 años, con el pelo rapado a trozos y melena en otros trozos, piercings hasta en las orejas (si se me permite la expresión) y flacos, muy flacos. Hablar de algo con un chico así es casi imposible; no obstante, alguna conversación cayó: coches, gasolina de coches, precios de coches y seguros de coches (estos niños son tontos, háganme caso). Pero eso no era lo peor, no; al lado una señora (embutida en una bata galáctica) con el pelo con papel de aluminio, al otro lado una chica espatarrada (es verídico) a la que hacen la pedicura. Conversaciones cruzadas inverosímiles, niños corriendo y tirando bolas desde una piscina de redes llena de pelotas. Ahh, y de leer, mucho FHM. Horroroso.
Pero mi vida cambió.
Un buen día (que es cuando suceden siempre las cosas) iba paseando por la Gran Vía de esta villa burguesa, Majadahonda, cuando, de repente, en una bocacalle, vi un cartel que ponía Peluquería masculina, sí, así como suena: Peluquería masculina. Suena sencillo, ¿verdad? Pues bien difícil que ha sido encontrarla y qué gran favor ha hecho a mi vida. Ahora, cuando voy a cortarme el pelo (cosa que debo hacer a menudo porque mi creciente calva me obliga a estar presentable -no hay nada más horroroso que un tío que se está quedando calvo con el pelo largo-) pues es una gloria. Quedan atrás años de sufrimientos al lado de mechas, oyendo cotilleos, viendo mujeres llenas de rulos, con lo cual el posible morbo, claro, queda destrozado en dos minutos. Ahora es genial, perfecto. ¿Y de que se habla en una peluquería masculina? De los siete polvos que el peluquero le echaría a Paulina Rubio si se la cruzara (ahí disiento: yo pediría una orden de alejamiento), de que si es mejor un buen culo que unas buenas tetas, de lo malas que son las tías, de donde ponen buenos cubatas y, a veces, de refilón, de lo caros que están los pisos para pasar enseguida, claro, a especular nombrando tías a las que uno metería en esos pisos tan caros. Peluquería masculina, a secas, sí, una delicia. Ahhh, y de leer, El País, nada más, porque ahí va uno a lo que va, a hablar de culos y de lo malas que son las mujeres. Como dios manda, ¿no?
Hace un año: Retrato de mujer, de Wislawa Szymborska
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Que buenos recuerdos los de la Barbería de la calle Mesones. El olor era tal como explicas. El agua Velva se compraba en ese tamaño grande porque salía más ecónomica. La verdad es que siempre que paso por Mesones me dá tristeza ver una tienda de ropa. Tienes razón en cuanto dices que no resulta agradable para mí como mujer ver hombres en la peluqueria, aunque no somos nosotras solas las que nos ponemos transparencias con papel de aluminio. La última vez que fuí a Barrales, hace por lo menos 4 años, había más hombres que mujeres adornados con papel de alumnio. Las peluqueras, y las que lavaban las cabezas seguían estando tan buenas como diría tu padre y todos los hombres.Un beso. Mam
ResponderEliminar¡Que buen rato he pasado Enrique! Me he reído muchísimo.
ResponderEliminarYo tengo el pelo muy largo, lo que implica necesariamente ir poquísimo a la peluquería, si fuese más no tendría ni media melena. Las peluquerias tienen que ser un paraiso para los que tengan problemas con el tamaño, porque un par de centimetros se convierten en veinte en un parpadeo.
Un beso, Miriam G.
Gracias, Mam. Lo malo del Agua Velva era justamente su volument, ese frasco enorme, que pesaba una barbaridad con el consiguiente riesgo de caída, etc. La calle Mesones, desde luego, no es lo que era, como todo.Un beso.
ResponderEliminarGracias Miriam; me alegro de que te hayas divertido; ese era el objetivo. En cuanto a tu larga melena pelirroja, he tenido ocasión de verla en alguna foto y tienes razón, ni te acerques por las pelus. Un beso :)
qué risa, Enrique, hay una barberia en Englandshire (no recuerdo exactamente donde) donde las chicas que te cortan el pelo van en top less. Le pido hora ;)
ResponderEliminarPues yo también me he reído un rato!
ResponderEliminarMalas, malas...pero que siempre acabamos siendo las protas de tus ciber-historias...mmmmm, nu sé, nu sé..
ResponderEliminarBuen acierto pinchar un segundo tu enlace mientras mordisqueo la fruta sin tiempo de irme del cole a casa, pues una sonrisa me esperaba.
Abrazos.
Aylandara
Llevo dos días sin poder leer tus entradas, fíjate como estaré para llegar a esto!!! pero hoy he tenido cinco minutos y creo q no me lo perderé otro día!!! me has alegrado la semana entera, gracias por el buen ratico tan necesitado...un beso. Cuti
ResponderEliminarFíjese, Sra. Pussy que no le iba a decir yo que no a esa cita; eso sí, la imaginación calenturienta y genial de Berlanga se les adelantó porque en la tercera parte de aquella trilogía de la Escopeta nacional, Patrimonio Nacional y Nacional III, el personaje de Segundo (Luis Ciges) abre en pleno Madrid un limpiabotas top-less, una delicia. Un beso, Pussy :)
ResponderEliminarGracias, Ana, me alegro de esas risas, que hago mías. Mañana, poesía, que no todo va a ser reirnos.Un beso.
Gracias, Aylandara (hacía siglos que no sabía de ti y ya te veo en tu iterim colegial de nuevo). Me alegro que te guste. Un beso.
Cuti, pues mira que yo me alegro de que al menos eches un ratico gustoso por aquí, que para eso estamos. Un beso.
Enrique hoy has estado insuperable y confieso que me pongo los rulos hasta para dormir, con tal de conservar mi melenita medio preentable.Besos.C
ResponderEliminarSembrado has estado hoy, sí señor.
ResponderEliminarMi abuelo olía a agua del Carmen. Toda su vida se echó ese potingue.
En mi pueblo hay unaa peluqería de caballeros; es más, creo que pone "Barbería". Y de llama "Barbería Paco", o algo así. Mi marido es allí un hombre feliz. De Paulina Rubio no han hablado, pero sí de alguna locutora de televisión; somos aquí un poco más locales.
Y yo también odio estar llena de papel de plata o de mejunje con color y tener al lado a un señor o a un jovenzuelo...cada uno, en su sitio, leñe. Las pelus y los servicios....separados.
Genial, como me he reido, que recuerdos tan buenos ¡te acuerdas de la peluqueria de la calle puentezuelas, casi en la esquina de la casa?, a mi me daba fatiga pasar por alli, porque cuando el peluquero no tenia a nadie y estaba en la puerta siempre te miraba el culo. Besos a los tres, Ros.
ResponderEliminarQué buen repaso, qué buen catálogo de recuerdos, revistas y peluquerías. Y te debemos las sonrisas que nos pones en la cara. Saludos.
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