Exception to the Rule, de Jaime Ibarra (Vía Paralelo 40)
Ya no muchos sueños, sino mucho sueño
José María Parreño
Llevo años dándole vuelta a la frase de Parreño de arriba. No puedo negarlo: me encanta. Y, sin embargo, me da algo de miedo.
Sentir sueño, tener sueño, es normal (al menos en mi caso). Duermo poco, entre cinco y seis horas por la noche y unos cuarenta y cinco minutos de siesta. Intento recuperar algo durante el fin de semana, pero hace tiempo leí que el sueño no se recupera nunca. A pesar de que soy un apasionado de las siestas (me vuelven loco y me sientan de miedo), con los años he ido sintiendo que el tiempo de sueño le quitaba tiempo a mi vida y hace años que jamás me he levantado más tarde de las ocho de la mañana. Lo normal, en mi caso, incluso durante el sábado y el domingo, es estar en pie antes de las seis de la mañana. En esos madrugones he escrito la mayoría de mis poemas, he leído lo que ha sido, de verdad, de provecho, he pensado, he tomado decisiones y he aprendido algo de lo que soy y, sobre todo, mucho de lo que no me gusta ser.
A base de madrugones, he descubierto el silencio de mi casa, el gesto de los muebles, la amabilidad de las estanterías y los libros, el aroma cierto y hermoso del café, mis manos pasando las hojas de la prensa de tres días antes, descubriendo el mundo, incómodas y reconfortadas por todo lo que sucede.
Ha sido de madrugada, con la noche cerrada del invierno y el soplo fresco y dulcísimo de los amaneceres del verano, cuando yo he construido mi mundo.
Recién levantado, como Garcilaso de la Vega, he pensado que el camino iba derecho, que las cosas, estaban en un sitio y yo a la altura de las cosas; otras veces, al salir de la cama, he sentido un miedo caer vertical desde alguna parte, y he ido a rastras, guiado, empujado, mejor, por esa inercia que, muchas veces, nos hace avanzar y, sin darnos cuenta, como el terremoto de Benedetti, estamos en otro lugar y en otro tiempo. (A veces en la vida ocurren terremotos, y sólo cuando el piso acaba de moverse, uno advierte que, entre otras cosas, las nostalgias han cambiado de sitio.)
Creo que siempre he buscado, en ese hueco que se abre entre mi despertar y el despertar de los demás, un espacio donde aprender, donde buscar eso que no termina de encontrarse, ese paréntesis que necesita la vida porque es donde sucede todo. Suelen ser vertiginosos los días de todos nosotros y cada vez es más difícil arrancar un espacio donde habitar. Por eso lo busco ahí, en el silencio de la madrugada, donde arrancan las horas.
Mi día estándar es sencillo (casi el de un monje de clausura): me levanto a las cinco, tomo un café, subo esta entrada (que he preparado la tarde anterior), o contesto el correo atrasado, tomo otro café, leo un rato, me ducho, me afeito y bajo a Mus. Me voy a trabajar a las seis y media. Compro el periódico en el camino (los lunes, Expansión y La Gaceta de los negocios, el martes, Expansión, los viernes, El País, El Mundo y Expansión). Salgo de trabajar a la una, llego a casa y como, me acuesto un ratito, voy al despacho a las cuatro menos cuarto y regreso a las seis: recojo a María y a Mus y nos vamos a caminar a los bosques del Monte del Pilar. Cuando vuelvo, pocas veces voy a hacer un poco de deporte; el resto, preparo esta entrada y/o trabajo un rato, hago las llamadas pendientes. Me ducho sobre las nueve y ceno (si es posible, un bocadillo), veo una serie o media película, bajo a Mus y me voy a la cama a leer lo que me aguanten los párpados.
En cuanto a los sueños, y si el sueño los ha vencido, lo dejamos para otro día.
Hace un año y un día: Un poema de Vicente Valero
Hace un año: Mira, te cuento (un poema inédito)
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Compa Enrique, qué hermoso texto. Me has hecho percatarme de que a los poetas os pasa como a los toreros, la condición no os abandona cuando dejais el coso: vaya, que hasta escribiendo la agenda del día y sus aledaños...
ResponderEliminarUn fuerte abrazo y buen resto de semana.
Estoy con Manuel, precioso texto. Pero hoy justo me hace gracia esta entrada, coincidimos en lo de mucho sueño: menuda nochecita me ha dado el enano, menos mal que el Baby Einstein ha ayudado algo, así que te he tenido presente un buen rato cuando era aun noche cerrada. Un beso. Cuti
ResponderEliminarEsta entrada me ha llegado al alma. Desde hace años han cambiado por completo mis hábitos. Era de lecturas hasta altas horas de la madrugada, noches de juergas, de interminables conversaciones… y de levantares muy tardíos. Maravillosa vida de estudiante… Pero, llegan las obligaciones y se impone una jornada laboral fuera de mi ciudad y con madrugones hasta entonces impensables. Ahora me oigo a mi misma repetir hasta el aburrimiento lo CANSADA que estoy (y lo detesto, decirlo, y sobre todo sentirlo).
ResponderEliminarEnvidio a los que una siesta os “reconforta”…
Y los fines de semana… en eso estoy siempre; pero realmente creo que no se recupera…
Me levanto a las 6:25 (cada minuto es un tesoro), no me acostumbro, y a esas horas soy una autómata que se dirige a la cocina a por un café y a la ducha, al tren, al trabajo. Incapaz de leer, de pensar, de tomar la más mínima decisión… En mi trayecto diario de unos 40 minutos escucho los programas de radio emitidos en días anteriores, Siempre con retraso….
Sueño, a estas alturas de año, con esas maravillosas vacaciones que se acercan, con despreocuparme de horarios, romper con toda la rutina….
Biquiños.
Precioso texto . Lo comprendo perfectamente, aunque no soy escritora pero ese tiempo que todo está en silencio,aunque ahora esté sola, lo necesito para encontrarme conmigo y mis sentimientos. De noche no soy nada ni nadie. Un beso. Mam.
ResponderEliminarMuy bueno el texto, y es verdad que en la madrugada parece que las casas cobran vida en el silencio. Y que es un goce esa vida. Lo vivo ahora que me tengo que quedarme estudiando hasta tarde. Y es un placer.
ResponderEliminarDe todas maneras, aunque sé que algún día tendré que cambiar, para mi la semana es para recuperarse del finde, que es cuando me pego yo mis madrugones.
Un abrazo
ps.-cuti! normal que el enano ande revuelto, es que lo que le espera el finde...un beso (hoy le doy la última oportunidad a opodo, te digo)
¡Pero qué bien escribes!
ResponderEliminarBesos
Raquel
El otro día comentabas que no tenias tiempo para escribir posts de este tipo, y que incluso no sabias si seguir, pero yo como fan tuya me conformo con uno así aunque sea muy de vez en cuando porque me ha encantado. Lo he releído ya un montón de veces.
ResponderEliminarAhora ya se porque publicas tus posts tan pronto que me tenia intrigada :)
Yo siempre he sido muy trasnochadora, me pasaba como a superwoman, pero desde que me he vuelto madrugadora (aunque yo entresemana me levanto justo para irme a trabajar) no he encontrado a nadie con quien identificarme. Es de estas cosas que ni te atreves a contar, porque si dices que un domingo te levantas a las 7 te miran como si estuvieras mal de la cabeza. Cuando intentas explicar porque al final te vuelves una adicta al madrugón ves que no te entienden. Y es lo que tú has explicado tan maravillosamente en este post. Yo me volvi madrugadora por varios motivos y ahora me encanta. Tener todo el día por delante, ver amanecer, ahora lo hago hasta en vacaciones, pero yo si duermo bien, mis ocho horas porque si no no soy persona y acaba afectandome en el trabajo, me estreso mucho, la siesta si que no me gusta, me sientan fatal.
Curiosamente ultimamente pienso mucho en esto, en como la vida te va cambiando hasta los hábitos, aunque yo me levanto con el tiempo justo para ir a trabajar, lo de las 5 es mucho para mi :p y también en que todo el mundo reniega de la rutina y a mi me encanta. Para mi es signo de que todo va bien, que no hay de que preocuparse.
Y estoy segura que a Mus le encanta su paseo matinal con la fresca, sobre todo en verano.
Esperamos el de los sueños y el sueño II
Besos.
Con la edad, cada vez sueño menos, pero tengo más sueños. Y siento la aterradora certeza de que esos sueños son sólo eso: sueños.
ResponderEliminarQuique, siempre has sido muy metódico y te he admirado por eso. Intentas querer lo que haces, aunque cada vez haces más lo que quieres. Será la edad. La estabilidad.
ResponderEliminarYo también duermo poco. Aunque no puedo decir que siempre madrugue. Suelo amanecer de seis a nueve, incluso diez, algún día perdido). Pero suelo trasnochar (sobre todo por mi dedicación al flamenco, aunque la crápula de Granada tiene mucha culpa). Y tengo dos o tres episodios de despertares nocturnos, ya sea el niño, los vecinos o un sueño inquietante.
Soy muy desordenado.
Me gustó mucho leer este hermoso texto. Comprendí muchas cosas, reconocí muchas cosas, los madrugones son eternos. Abrazos, con ganas, sin sueño.
ResponderEliminarHola buscando en google, el significado de unos sueños recurrentes que he tenido estos dias, y muy optimista en encontrar alguna relacion o respuesta en la web, me encontre con tu blog, me gusto mucho, la verdad es que me identifique mucho con el post, el efecto de la noche,no me solia pasar, dormia bien, pero el silencio aguarda mucha algarabia. Un abrazo desde Colombia.
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