domingo, diciembre 18, 2011

Cuando los Sánchez (El telephone line de la ELO y Don't let it show, de Alan Parsons)


Yo empecé a crecer en esa época en que los discos costaban 180 pesetas en los Sánchez (una cadena de electrodomésticos de Granada), 360 los dobles (que prácticamente se limitaban al Saturday Night Fever y a Grease). Y créanme: era mucha pasta.

Con 12 años, había dos temas que me tenían subyugado: Telephone line, de la Electric Light Orchesta y Don't let it show, de Alan Parsons Project.

Crecimos, pues, entre órganos, falsetes y trompetas , en el esplendor de una forma de hacer música a base de naturalismo (si se hablaba de un teléfono, había que cantar, al menos al principio, con voz de teléfono y éste debía abrir el tema), mucha sensibilidad y algo de exhibicionismo.

Sin embargo, aquellas cotas de emoción fueron enormes; a base de levantarse para poner de nuevo el brazo del plato en el hueco sin rallar del comienzo de la canción, uno supo que esa especie de compulsión y necesidad de oír estas canciones una y otra vez no era sino esa especie de choque de tres mil trenes que te provoca en el alma el encuentro con algo hermoso.

También de allí anoté el rastro de tristeza que siempre dejan las canciones que uno prefiere (por muy energéticas que sean), ese sonido que se eleva por encima de la verbena y se queda, quieto en el aire, para que el domingo la plaza sea pura nostalgia, ese fervor caído que dijo Cernuda.

Vuelvo ahora a estas canciones de mis 12 años y me pregunto dónde, dentro de mí, habrán dejado su rastro de polvo hermosísimo y tristísimo, desde dónde miro ahora, sepultado entre las mantas de estos acordes.

(Nota: gracias, Joan, por su generoso comentario)




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