martes, septiembre 30, 2008

A short love story, de Carlos Lascano

Vía Llámame Lola me encuentro con esta joya, del animador madrileño Carlos Lascano. Al que le interesen los detalles técnicos, le dejo el enlace a la web de autor. Disfruten de esta maravilla, de este tiempo de la vida.






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lunes, septiembre 29, 2008

viernes, septiembre 26, 2008

Novedades musicales: Mogwai y Los campesinos !

Mogwai: The hawk is howling

Después de firmar la banda sonora para el documental Zidane, se esperaba mucho de estos escoceses y de su sexto trabajo en estudio. Mogwai han sido responsables de discos soberbios y de discos mediocres también, inconmensurables en directo.

Bajo la etiqueta post-rock -que sigo sin saber muy bien qué es-, Mogwai nos entrega un disco instrumental (marca de la casa), más reposado y más íntimo que trabajos anteriores.

Son diez piezas repletas de recovecos, de paisajes que iluminan algún estado de conciencia que nos resultará familiar. Más allá de la canción, Mogwai siguen entendiendo que la música es la exploración de estados de ánimos y van en pos de ello. Que no siempre lo logran, está claro, pero también lo está la ambición y la valentía del proyecto. No es un disco fácil, ni un disco agradecido, pero merece la pena dejarse llevar por alguno de sus pasajes.

Aunque han decepcionado a muchos de sus seguidores (Hipersónica, por ejemplo -enlace-), a mí me ha parecido un disco emocionante, con una canción que a mí me ha vuelto loco (la he puesto varias veces en el coche, me sigue fascinando esa línea vacilona y chick que tiene): The sun smells too loud. Dejo el vídeo donde alguien ha montado la canción sobre uno viejo de The Shadows. Pura delicia. Si alguien quiere emociones más fuertes, éste es el enlace a Batcat. Demoledora.



Los Campesinos !: We are beautiful, we are doomed

Harina de otro costal son Los Campesinos !, un grupo de Cardiff, Gales (a todo esto, también tierra de Katrin, mujer de Martínez, al que, por cierto, felicito con un día de antelación por su cumpleaños), de juventud envidiable y con una forma de entender la música muy diferente.

We are beautiful, we are doomed es su segundo trabajo y el segundo en este mismo año (tremendo). Con inspiración punk (que, pese a lo que se pueda pensar, sigue teniendo todo el futuro por delante), el disco es un trallazo contínuo de temas que incitan a saltar, a corear, a cantar y a pasárselo pipa.

Guitarrazos y desenfreno, un órgano chirriante que no tiene precio, y una mezcla perfecta de voz masculina y femenina, este trabajo de Los Campesinos! se debería escuchar al menos una vez para comprobar cómo andan nuestro corazón de años.

Dejo el vídeo del tema Death to Los Campesinos!, del disco anterior, Hold on now, Youngster, para disfrute del respetable.



Y esto era todo, niños y niñas. El finde meteorológico irá según las zonas. Lluvias al sur y al este, y más pacífico en el resto. La temperatura en Madrid, en torno a 21 de máxima y 12 de mínima, cosa que no está nada mal. Seguiremos disfrutando de este sol, que comienza a ser tibio y dorado. Cambia la luz, se hace oblícua. La miraremos, pues. Mil gracias por su tiempo, que sé que es oro. Por sus comentarios, que tengo que contestar, y por su visita. Esto sigue existiendo por ustedes, así que otra vez mil gracias. Avanti.

Hace un año y un día: Paco Pomet: la vida entre los renglones (I)

Hace un año: Paco Pomet: la vida entre renglones (II)

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miércoles, septiembre 24, 2008

Tres historias europeas, de Lolita Bosch

Tenía muchas ganas de leer algo de Lolita Bosch (Barcelona.1970). Me había tropezado con su nombre varias veces en internet y me gustó -mucho- una entrevista que leí en Yes, you are right (enlace). Ni que decir tiene que ese nombre -Lolita Bosch- ejerce un poderoso influjo, lo cual nos llevaría a hablar de los escritores y sus nombres, pero, como escribiría Lolita Bosch, ésa es otra historia.

Así que he comenzado con Tres historias europeas (Caballo de Troya.2005) y digo comenzado porque pienso seguir con todo lo que ha ido publicando esta escritora, que me ha entusiasmado.

Tres historias europeas consta, está claro, de tres relatos o, mejor, de una novela corta -nouvelle- y dos relatos: Pingüinos, Una: la historia de Piiter y Py y Elisa Kiseljak.

Pingüinos, la nouvelle, es una pieza maestra, una obra soberbia, perfectamente diseñada. Cuenta la historia del doctor Gladov-Klass, que, a través del estudio de una migración de los pingüinos, encontró un remedio para la ceguera y, de hecho, curó a la hermosa Mónica.

Basta leer el arranque, las dos páginas extraídas del tratado del doctor, y una magia -poderosa y lírica- se te mete muy dentro y te empuja a seguir leyendo esta historia. Pues se trata de eso, de una historia, con unos recursos de la narrativa oral -espléndidos- y un deambular del narrador (como los de Faulkner y Onetti) en torno a una niebla de acontencimientos que, no sabemos cómo, han llegado a él.

Pero nunca llegó a preguntárselo..., pero no se ha podido certificar..., Se ignora por qué..., Pero los motivos por los que la madre sentía aversión por el país en el que había residido durante casi treinta años son difíciles de discernir... El relato está repleto de este tipo de expresiones que señalan ese camino que podría abrirse ante nosotros si, en la encrucijada, tomáramos otro, en vez del que continúa la narración. Este tipo de narrador, que está tan perdido como el lector, es imprescindible en la narrativa moderna y Lolita Bosch borda esta voz que va modulando el soberbio relato.

La arquitectura narrativa de Pingüinos es, además, un ejemplo de buen hacer. A través de idas y venidas, el relato avanza en círculos que se expanden y contraen, abarcando un montón de años. De esta manera, el lector tiene la historia y la prehistoria sin que se haya forzado nada, fluyendo el relato con una naturalidad prodigiosa.

Una: la historia de Piiter y Py es el retorno de un judío de Nueva York al campo de concentración en el que murieron sus padres. Doble tiempo: el de la vuelta, remota, y el de la ida, que será también camino de vuelta. Lo mejor es una especie de temperatura ambiente que casi ni siquiera está mencionada en el relato, una atmósfera, algo que no sabemos qué es pero que percibimos, como pasa siempre con la alta literatura.

Elisa Kiseljak es un relato que, a través de la suavidad, busca la aspereza del dolor y la memoria. Articulado en torno a ese prodigio que halló Faulkner y que tantas veces he mencionado por aquí (La memoria sabe antes de que el conocimiento recuerde), Lolita Bosch arroja luz sobre el sentido que buscaba Faulkner y lo encuentra en un discurso caótico e interior que es demoledor, pura literatura, perfecta y, por tanto, directa al alma. Un gran relato sobre un tema muy peligroso -el abuso infantil- por lo difícil que era, a priori, escapar a algunos tópicos.

Así que, queridos niños y niñas, no lo duden: Tres historias europeas es un libro enorme de una escritora que sé que va a ser enorme. Iré desgranando sus otros libros por aquí muy pronto.


Hace un año: Felicitando el otoño: un poema de José María Álvarez

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lunes, septiembre 22, 2008

Al otro lado de las fiestas

¿En qué momento se da uno cuenta de que se hecho –definitivamente- mayor?

Voy pensando en eso mientras observo (camino del kiosco para comprar la prensa, paseando con Mus) a los chicos que vienen del ferial, mientras el cielo, este domingo de septiembre (cuando ya debe ser otoño), amenaza con una lluvia que caerá, seguro, y les dirá, irremediablemente, que la fiesta ya ha terminado.

Los miro y los oigo. Vienen borrachos, como dios manda, gritando, empujándose, pletóricos, casi inmortales, camino del encierro donde podrán continuar un rato más con esa euforia desmedida del que es joven y borracho y está en el centro de todo.

Los observo, sin envidia y sin rencor. Los años me han puesto al otro lado de las fiestas. Uno, que tuvo una juventud absolutamente etílica, está ya más lejos, en otra parte donde hay canas y uno se plantea su vida todos los días, donde se hace balance y se desea mejorar, ir más allá, apurar cada instante, sí, como si fuera el último: empieza por aquí un país de la últimas cosas -con permiso de Auster-.

Ellos son eternos y yo soy duración, sólo duración. Ellos son inmortales y yo más mortal que nunca; cuando las campanadas de los años se te van echando encima, se mira siempre hacia delante y lo que hay delante son, si todo va bien, más años, los últimos años si uno cuenta hacia atrás.

Y, sin embargo, no me cambiaría por ellos. Miro a Mus –que está ya asustado, antes de oír el primer cohete- y él también es eterno, absolutamente inmortal. No es consciente del tiempo y eso le lleva a ese ahora eterno al que aspiro y no termino de encontrar.

Los años te dejan a un lado de la fiesta. Anoche me hubiera gustado ir a ver a Pereza, un grupo que no me disgusta (sólo he oído un par de canciones). Me quedé en casa, y tras una cena deliciosa, vi una película absurda y rotundamente mala. Di un paseo con Mus, encendí la lámpara de la mesita de noche y me sumergí en una novela policíaca.

Ahora, mientras escribo estas torpes líneas, la tormenta ya se ha desatado fuera y he encendido el flexo de mi mesa de trabajo. Dentro de un rato, tendré que ponerme el primer jersey del otoño, uno gris de perlé que me encanta. Comeré temprano y echaré una siesta a la hora en que ellos se estarán levantando. Seguramente, me taparé. Antes, leeré un rato a Montaigne y pensaré por un instante en ese libro de poemas de Marzal, El último de la fiesta, que trazaba –de forma mágica- ese momento horrible en el que acaban las fiestas y se vuelve –de golpe- a una realidad no muy cómoda.

No sé si me he hecho mayor. Me miro y sigo siendo el mismo, no he cambiado mucho desde aquellos años en los que era yo el que volvía, con el día ya amanecido. Ahora, el alcohol espera a un encuentro con los amigos y la noche se ha convertido en una madrugada desde la que leo y escribo y pienso en todo lo que fue, en lo que es y en lo que vendrá.

El tiempo es un juego extraño repleto de casillas y ahora estoy en una que me gusta, un tertium genus, una tierra de nadie, a medio camino de todo y de nada, y, sí, claro, echo de menos aquellas casillas de la noche canalla y espero a esas casillas que vendrán, y espero ser digno de ellas, y estar a la altura.

Lo escribió Joan Margarit en un poema que dejé hace tiempo aquí:

(…) la vida representa
no sólo la victoria de los años
sobre nosotros. También nos enseña
lo gloriosa que fue
nuestra inicial victoria sobre el tiempo.


Hace un año y dos días: Las cosas que me digo: Reinventarse uno mismo

Hace un año y un día: Paraíso masculino + Nuevo disco de Calamaro: la lengua popular


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viernes, septiembre 19, 2008

Los discos de mi vida: Hot buttered soul (1969), de Isaac Hayes


Pues inauguro sección y la titulo Los discos de mi vida y comienzo con Isaac Hayes (que murió el pasado mes de agosto, a los 65 años) y su inmortal Hot buttered soul, de 1969.

No sé cómo llegó a mis manos este vinilo (que sigo guardando aunque no pueda escucharlo), pero sí recuerdo que fue para mí un flechazo inmediato, una especie de revelación sobre una forma de concebir la música, sus texturas, y no sabía todavía nada de etiquetas como soul sinfónico, soul psicodélico.

Cuatro canciones y 45 minutos, y una de las obras de arte de todos los tiempos. Segundo trabajo de Isaac Hayes y un artefacto perfecto, obra de una mente genial y quizá enferma: de noche, de sexo, de los recovecos arrugados de un corazón hermosísimo.

La cara A tiene dos canciones, Walk on by y Hyperbolicsyllabicsesquedalymistic. Walk on by, canción de Burt Bacharach y Hal David, que había cantado Dionne Warwick, como señalan en Hipersónica (enlace) está desvestida de su ternura y vestida de nuevo de sexualidad. La canción es una épica del sexo, con un crescendo tremendo que parece que no acabara nunca. Imposible de resistirse a ella, te arrastra, te lleva, te muestra una cumbre musical. Hyperbolicsyllabicsesquedalymistic es puro funk de más de 9 minutos.

La cara B arranca con One woman, soul orquestado, una especie de canto de amor inmenso que demuestra que en estos temas amorosos el soul ha llegado a donde no han podido llegar otros géneros. El disco se cierra con By the time I get to Phoenix, un recitado de 18 minutos con un final de vientos desbocados, una canción monumental a la que hay que volver una vez y otra.

Hot buttered soul es soul y es psicodelia, es música orquestal por la riqueza de su orfebrería, por momentos barroca y es, ante todo, música, sí, quizá de la que ya no se hace. Además, Hot buttered soul, tal vez, es una medición del tempo sexual, de sus paradas, de sus aceleraciones, de sus desmayos y sus resurrecciones, es un mapa de la noche, la brújula del deseo imposible de calmar, lo que pertenece al cuerpo y es del cuerpo.

Dejo, en cinco vídeos (By the time I get to Phoenix en dos partes) los cuatros temas del disco y pongo un enlace para el que quiera tenerlo (enlace). Déjense llevar por esta obra sublime, úsenla como deseen y disfruten.

Walk on by



Hyperbolicsyllabicsesquedalymistic



One woman



By the time I get to Phoenix





Niños, niñas, viernes y fiestas aquí. Los cohetes asustan a Mus, que no lo pasa bien en estas fechas. Así que mucho parque y mucho bosque, que allí no se oyen. Cambia el
tiempo poco a poco, los días se acortan y viene un fin de semana algo más frío. Queda un resquicio del verano, una última luz que hay que perseguir como locos. No tardará el otoño, pero lo esperaremos por aquí, echando un rato, llevadero con sus palabras y sus visitas, que les agradezco. Les mando besos y abrazos y este grito de siempre: avanti.

Hace un año: A propósito de la vuelta al cole, un poema de Amalia Bautista: Los pies

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jueves, septiembre 18, 2008

Buenas noticias: Jordi Vadell publica En cada lamento que se hace canción

Hay que ser valiente -y mucho- para escribir un libro de más de 400 páginas sobre las letras de las canciones de un autor, aunque sea el mejor letrista en castellano, José Ignacio Lapido. Pero, además, hay que tener mucho tino para que ese libro se lea de un tirón, se vuelva a él, se rebusque algo que nos había llamado la atención, se tenga al lado en todo momento -y no, no exagero-.

Así que estamos de enhorabuena.

Jordi Vadell (Mataró.1976) es profesor de lengua y literatura de Eso y Educación secundaria. Su pasión le ha llevado a escribir este soberbio libro, un tratado sobre las canciones de José Ignacio Lapido, o, como dice el subtítulo del libro, Una interpretación de las letras de José Ignacio Lapido.

Y lo hace con cercanía, uniendo su vida a la vida de las canciones de 091 y de Lapido en solitario, y se acuerda de películas, de un momento en sus días, de una anécdota. Además, se ha documentado de una manera formidable y el libro es muy rico, suculento. Uno, que presume de saber mucho de 091 y de Lapido, se ha sorprendido leyendo cosas que no sabía, completando los datos que, al fin y al cabo, conforman muchos años de mi vida.

Además, para los amantes de la literatura, el libro de Jordi Vadell es un repaso -feroz y delicioso- a todas las figuras retóricas que hay en las letras de Lapido, un estudio soberbio sobre las referencias, sobre lo que hay más alla en las canciones del Maestro. Como digo, no hay que perdérselo, es una adquisición obligada no ya sólo para los amantes de 091 y Lapido, sino también para todos aquellos que estén interesados en una aproximación a la historia del rock patrio.

Mención especial también para la editorial Comares, por su valentía a la hora de publicar un libro de estas características, tan necesario y tan insólito en un panorama editorial de muy bajo nivel. Comares, una editorial de Granada con una trayectoria brillantísima en libros jurídicos y en poesía a través de su colección La Veleta, apuesta por demostrar que donde radica hoy la alta literatura no es sólo en los libros, que están las canciones (y cierto cine, y alguna publicidad y...). Este es el enlace para comprarlo (enlace).

Dejo el primer párrafo del libro, este enlace curioso a cuando el libro era sólo un proyecto y, claro, una canción de 091 que, como aquella de Bognadovich, The last picture show, hace referencia a algo que fue último: en este caso está grabada en El último concierto. Yo estuve allí y cuando veo este vídeo aún puedo sentir un escalofrío. Fue el 18 de Mayo de 1996.

Salud, Jordi, salud.

"La banda sonora de mi vida está compuesta por canciones de José Ignacio Lapido. Nunca las canciones de un compositor me llegaron tan hondo como las que ha creado hasta el momento Lapido. Todos sus temas me han acompañado desde los catorce o quince años hasta hoy (es decir, llevan media vida conmigo)."





Hace un año y un día: Cuerpos de rey, de Pierre Michon

Hace un año: Publicidad: Wilkinson y Comunia + Un juego con cerveza

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martes, septiembre 16, 2008

David Foster Wallace, in memoriam (En lo alto para siempre)


Cuando el bueno de Miguel Ángel Muñoz hizo aquella famosa encuesta sobre los mejores libros de relatos de los últimos años, en mi votación, y sin dudarlo, incluí La niña del pelo raro (Mondadori.2000), de David Foster Wallace (Ithaca, Nueva York, 1962-Claremont, California, 2008), uno de los libros que más me ha alumbrado en estos últimos años.

Desgraciadamente, David Foster Wallace se suicidaba el pasado viernes, dejando sin terminar -o no, quién sabe- una de las obras más inteligentes y audaces de la literatura última. Por aquí se ha publicado, siempre en Mondadori (pongo el año de edición en España), Entrevistas breves con hombres repulsivos (2001), Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer (2001), La broma infinita (2003), Extinción (2005) y Hablemos de langostas (2007). Afortunadamente, me queda sin leer La broma infinita, con sus más de mil páginas y el último publicado. Creo que todos han sido traducidos por la mano maestra de un siempre soberbio Javier Calvo.

Merece la pena -y mucho- leer a Foster Wallace. No exento de humor (de hecho, le viene al pelo el adjetivo de tragicomedia), es una lente privilegiada con la mirar nuestro tiempo, algo que no, no se ha hecho tanto. Exagerado, tumultuoso, nos quedamos sin un escritor de talento desbordante.

Lo más inteligente que he leído por ahí, ha sido el acercamiento que ha hecho Alvy Singer en Masacre en los jardines (enlace), por lo que me remito a él.

Yo, como homenaje, pongo aquí un relato completo -iré haciendo esto más a menudo-, el magnífico En lo alto para siempre. Lo saco de Barcelona Review. No se lo pierdan.

En lo alto para siempre

Feliz cumpleaños. Tu decimotercer cumpleaños es importante. Tal vez sea tu primer día realmente público. Tu decimotercer cumpleaños es la ocasión para que la gente se dé cuenta de que te están pasando cosas importantes.

Te han estado pasando cosas durante el último medio año. Ahora tienes siete pelos en tu axila izquierda. Doce en la derecha. Espirales duras y amenazadoras de pelo negro y encrespado. Un pelo crujiente, animal. Alrededor de tus partes íntimas te han salido más pelos duros y rizados de los que puedes contar sin perderte. Y otras cosas. Tu voz es llena y rasposa y se mueve entre octavas sin previo aviso. Tu cara empieza a brillar cuando no te la lavas. Y dos semanas de dolor profundo y temible la pasada primavera hicieron que algo se te descolgara desde dentro: tu saco se ha llenado y se ha vuelto vulnerable, un articulo de lujo que tienes que proteger. Levantado y amarrado por unos suspensorios prietos que te dejan rayas rojas en las nalgas. Te ha brotado una nueva fragilidad.

Y sueños. Durante meses has tenido sueños que no se parecían a nada que hubieras visto antes: húmedos, trepidantes y distantes, llenos de curvas cimbreantes, de pistones frenéticos, de calor y de un vértigo tremendo. Y te has despertado con los párpados convulsos al ritmo de una descarga, un borbotón y un espasmo que te ha sacudido desde el cuero cabelludo hasta los dedos de los pies procedente de una zona en las profundidades de tu interior que nunca imaginabas que tuvieras, estremecimientos producidos por un dolor profundo y dulce, las farolas del otro lado de las persianas de tus ventanas proyectando estrellas brillantes en el techo negro del dormitorio, y una gelatina blanca y densa rezumándote entre las piernas, goteando y pegándose, enfriándose sobre ti, endureciéndose y aclarándose hasta que no queda nada más que nudos retorcidos de pelo animal duro y pálido en la ducha matinal y en esa maraña húmeda persiste un olor dulce y limpio que no puedes creer que proceda de nada que tú hayas creado en tu interior.

Más que a ninguna otra cosa, el olor se parece a esta piscina: una sal dulce mezclada con lejía, una flor de pétalos químicos. La piscina tiene un fuerte olor azul claro, aunque ya se sabe que el olor nunca es tan fuerte como cuando uno está dentro del azul, como tú ahora, recién salido del agua, descansando en la parte menos profunda de la piscina, con el agua a la altura de las caderas lamiéndote esa zona que te ha cambiado.

La terraza de esta vieja piscina pública situada en el extremo occidental de Tucson está rodeada por una verja Cyclone del color del peltre, decorada con un enredo brillante de bicicletas sujetas con cadenas. Detrás de la verja hay un aparcamiento negro y caluroso lleno de líneas blancas y coches resplandecientes. Un prado indistinto de hierba seca y matojos duros, cabezas aterciopeladas de viejos dientes de león que estallan y flotan como copos de nieve en el viento que se levanta. Y más allá de todo esto, doradas por un redondo y lento sol de septiembre, están las montañas, dentadas, con los ángulos agudos de sus picos recortándose contra una luz cansina de color rojo intenso. Sobre el fondo rojo sus picos afilados y conectados trazan una línea serrada, el electrocardiograma del día que agoniza.

Las nubes se tiñen de color en el borde del cielo. Flotan lentejuelas en el azul claro del agua, a esa temperatura cálida propia de las cinco de la tarde, y el olor de la piscina, igual que el otro olor, conecta con una niebla química que hay dentro de ti, una penumbra interior que desvía la luz hacia los bordes y difumina la distinción entre lo que termina y lo que empieza.

Tu fiesta es esta noche. Esta tarde, la tarde de tu cumpleaños, has pedido permiso para venir a la piscina. Querías venir solo, pero un cumpleaños es un día familiar, tu familia quiere estar contigo. Es amable por parte de ellos, no sabes explicar por qué querías venir solo, y la verdad es que tal vez no quisieras estar realmente solo, de manera que han venido. Están tomando el sol. Tu padre y tu madre toman el sol. Sus hamacas han estado señalando la hora toda la tarde, siguiendo la curva del sol a través de un cielo despejado y tan recalentado que ha adquirido la textura de una película gelatinosa. Tu hermana juega a Marco Polo cerca de ti en la parte menos profunda con un grupo de niñas flacas de su curso. Le toca a ella quedar, dice «Marco» y ha de perseguir a ciegas a quienes le replican chillando «Polo». Tiene los ojos cerrados y va dando vueltas al compás de un coro de gritos, girando en el centro de una rueda de niñas chillonas con gorros de baño. De su gorro sobresalen flores de goma. Los pétalos de color rosa viejos y flácidos tiemblan cada vez que ella se abalanza en dirección a los ruidos invisibles.

En el otro extremo de la piscina están el «tanque», la zona destinada a saltos, y la torre elevada del trampolín. En la terraza de detrás está la CAFETERÍA, y a ambos lados de la misma, atornillados sobre las entradas de cemento de las duchas oscuras y húmedas y los vestuarios, están los megáfonos de metal gris que emiten el hilo musical de la piscina, ese ruidito metálico y mortecino.

Caes bien a tu familia. Eres inteligente y callado, respetuoso con los mayores, aunque no te faltan agallas. Te portas bien en general. Vigilas a tu hermana pequeña. Eres su aliado. Tenías seis años cuando ella tenía cero y estabas enfermo de paperas cuando la trajeron a casa envuelta en una manta amarilla muy suave; le diste un beso de bienvenida en los pies por miedo a contagiarle las paperas. Tus padres dijeron que aquello era un buen augurio. Que marcaba la tónica. Ahora creen que tenían razón. Están orgullosos de ti y satisfechos en todos los sentidos y se han retirado a esa distancia afable en la que se mueven el orgullo y la satisfacción. Os lleváis bien.
Feliz cumpleaños. Es un gran día, tan grande como la bóveda del cielo del suroeste. Lo has estado cavilando. Ahí arriba está el trampolín. Pronto querrán marcharse. Súbete y hazlo.

Te sacudes de encima la limpieza azul. Estás lleno de cloro, suave y resbaladizo, reblandecido, con las yemas de los dedos arrugadas. La niebla de olor demasiado limpio de la piscina se te ha metido en los ojos; descompone la luz en colores suaves. Te golpeas la cabeza con la base de la mano. En un lado de la cabeza suena un eco fofo. Inclinas la cabeza hacia ese lado y das un saltito, un calor repentino en tu oído, delicioso, mientras el agua calentada en tu cerebro se enfría en el nautilo exterior de tu oreja. Ahora oyes la música más nítida y metálica, los gritos más cercanos, mucho movimiento en mucha agua.

La piscina está llena para ser tan tarde. Hay chicos flacos, hombres peludos como animales. Chicos desproporcionados, todo cuello, piernas y articulaciones huesudas, estrechos de pecho y vagamente parecidos a pájaros. Como tú. Hay ancianos que se mueven a tientas por la parte menos profunda con las piernas rígidas como patas de palo, palpando el agua con las manos, fuera de todos los elementos a la vez.

Y niñas-mujeres, mujeres, curvilíneas como instrumentos o como frutas, con la piel barnizada de color castaño oscuro, la parte superior de sus bañadores sostenida por frágiles nudos de cordón de colores delicados que aguantan el peso de cargas misteriosas, la parte inferior encabalgada sobre las suaves prominencias de unas caderas totalmente distintas a las tuyas, hinchazones desmedidas y giratorias que se funden bajo la luz con un espacio circundante que sostiene y acomoda sus curvas suaves como si fueran objetos preciosos. Casi lo puedes entender.

La piscina es un sistema de movimientos. Aquí y ahora se ven: chapoteos, combates de salpicaduras, zambullidas, acorralamientos en las esquinas, Tiburones y Sardinas, caídas desde lo alto, Marco Polo (tu hermana todavía Lo es, medio llorosa, hace demasiado rato que Lo es, el juego rayano en la crueldad, pero no te compete defenderla ni avergonzarla). Dos chicos de color blanco brillante con toallas de algodón atadas como si fueran capas corren por el borde de la piscina hasta que el socorrista les hace detenerse en seco gritando por el megáfono. El socorrista es de color castaño como un árbol, el vello rubio le forma una línea vertical sobre el estómago, lleva un sombrero de explorador de la selva y su nariz es un triángulo blanco de crema. Una niña rodea con el brazo una de las patas de su torreta. Está aburrido.

Ahora sales y pasas junto a tus padres, que están tomando el sol y leyendo y no te miran. Olvídate de tu toalla. Detenerse a recoger la toalla significa hablar y hablar requiere pensar. Has decidido que el miedo lo causa básicamente el hecho de pensar. Sigue adelante, hacia el tanque que hay en el extremo hondo de la piscina. Al borde de tanque hay una torre enorme de hierro de color blanco sucio. Un trampolín sobresale de lo alto de la torre como una lengua. La terraza de cemento de la piscina es áspera y está caliente al tacto de tus pies llenos de cloro. Cada una de las huellas que dejas es más fina y tenue. Va menguando detrás de ti sobre la piedra caliente hasta desaparecer.

Flotan hileras de salchichas de plástico alrededor del tanque, que es un mundo en sí mismo, ajeno al ballet convulsivo de cabezas y brazos del resto de la piscina. El tanque es azul como la energía, pequeño y profundo y perfectamente cuadrado, flanqueado por las calles de la piscina y por la CAFETERÍA y la terraza áspera y caliente y la sombra inclinada bajo la luz del atardecer de la torre y el trampolín. El tanque está silencioso y tranquilo y quieto en el lapso entre dos zambullidas.

Tiene un ritmo propio. Como la respiración. Como una máquina. La cola de quienes esperan para subir al trampolín forma una curva que retrocede desde la escalera de la torre. La cola se tuerce gradualmente y se endereza al acercarse a la torre. Uno por uno, van llegando a la escalera y suben. Uno por uno, separados por un latido del corazón, alcanzan la lengua del trampolín que hay en lo alto. Y una vez en el trampolín, hacen una pausa, siempre exactamente la misma pausa que se prolonga durante un latido del corazón. Sus piernas los llevan hasta el extremo, donde todos dan el mismo bote para impulsarse y trazan una curva con los brazos como si estuvieran dibujando algo circular y total. Pisan con fuerza el extremo de la tabla y hacen que esta los lance hacia arriba y afuera.

Es una máquina de descensos en picado, de líneas de movimiento discontinuas a través de la dulce neblina de cloro del atardecer. Uno puede contemplar desde la terraza cómo golpean la superficie fría y azul del tanque. Cada zambullida crea un penacho blanco que se eleva, se desploma sobre sí mismo, se extiende y se deshace en forma de espuma. Luego aparece un azul puro en medio de la mancha blanca y crece como un pudín, hasta limpiarlo todo de nuevo. El tanque se cura a sí mismo. Tres veces mientras tú recorres el camino.

Estás en la cola. Mira a tu alrededor. Tienes que parecer aburrido. En la cola casi nadie habla. Todos parecen ensimismados. La mayoría miran la escalera y parecen aburridos. Casi todos tenéis los brazos cruzados y estáis congelados por un viento vespertino que se está levantando y que golpea las constelaciones de partículas de cloro azul puro que cubren vuestras espaldas y vuestros hombros. Parece imposible que todo el mundo pueda estar tan aburrido. A tu lado tienes el extremo de la sombra de la torre, la lengua negra inclinada que es el reflejo del trampolín. La sombra es un sistema enorme, largo, escorado a un lado y unido a la base de la torre formando un ángulo oblicuo y agudo.

Casi todos los que están en la cola del trampolín miran la escalera. Los chicos mayores miran el trasero a las chicas mayores que suben. Los traseros están enfundados en una tela suave y fina, en nilón ajustado y elástico. Los buenos traseros ascienden por la escalera como péndulos sumergidos en líquido, siguiendo un código lento e indescifrable. Las piernas de las chicas te hacen pensar en ciervos. Tienes que parecer aburrido.

Mira más allá. Mira al otro lado. Puedes ver perfectamente. Tú madre está en su hamaca, leyendo, con los ojos entornados, con la cara inclinada hacia arriba para recibir la luz del sol en las mejillas. No ha mirado para ver dónde estás. Da un sorbo de alguna bebida dulzona de una lata. Tu padre está tumbado sobre su enorme panza, su espalda parece una cresta en el lomo de una ballena, los hombros cubiertos de rizos de pelo animal, la piel untada de aceite y de color castaño oscuro por culpa del exceso de sol. Tu toalla está colgando de la silla y ahora se mueve una punta de la tela: tu madre la ha golpeado al espantar a una abeja a la que parece gustarle lo que ella tiene en la lata. La abeja vuelve enseguida y parece flotar inmóvil sobre la lata trazando un suave borrón. Tu toalla tiene una cara enorme del oso Yogi.

En algún momento ha tenido que haber más gente en la cola detrás de ti que delante. Ahora no hay nadie por delante excepto tres personas que suben por la estrecha escalerilla. La mujer que hay delante de ti está en los travesaños de abajo, mirando hacia arriba. Lleva un bañador ajustado de nilón negro de una sola pieza. Asciende. Desde lo alto llega un retumbo, luego una caída tremenda, un penacho y el tanque se cura a sí mismo. Ahora quedan dos personas en la escalera. Las normas de la piscina dicen que solamente puede haber una persona en la escalera, pero el socorrista nunca grita a los que suben. El socorrista es quien dicta las verdaderas normas gritando o dejando de gritar.

La mujer que hay por encima de ti no tendría que llevar un bañador tan ajustado. Es tan mayor como tu madre e igual de corpulenta. Es demasiado corpulenta y está demasiado blanca. Su bañador rebosa. La parte posterior de sus muslos queda constreñida por el bañador y tiene un aspecto parecido al queso. Sus piernas están marcadas con los garabatos pequeños y abruptos de las venas varicosas y azules que circulan por debajo de la piel blanca, como si sus piernas tuvieran algo roto o herido. Parece que sus piernas tendrían que doler si uno las apretara, de tan llenas como están de garabatos árabes retorcidos de un azul roto y frío. Sus piernas hacen que te duelan las tuyas.

Los travesaños son muy delgados. No te lo esperabas. Cilindros delgados de hierro envueltos en fieltro de seguridad mojado y resbaladizo. El olor del hierro mojado a la sombra te hace sentir un sabor metálico. Cada travesaño se te clava en las plantas de los pies y te deja una marca. Las marcas se clavan hondo y duelen. Te sientes pesado. Cómo debe de sentirse la mujer corpulenta que tienes por encima. Los pasamanos a los lados de la escalera también son muy delgados. Parece que no puedan sostenerte. Confías en que la mujer también se coja bien. Y, por supuesto, desde lejos parecía que hubiera menos travesaños. No eres estúpido.

Subes hasta la mitad, a la vista de todos, la mujer corpulenta por delante de ti, un hombre robusto, calvo y musculoso bajo tus pies. El trampolín todavía está lejos en lo alto y es invisible desde aquí. La tabla retumba y hace un ruido batiente, y un chico al que puedes ver a lo largo de unos cuantos pies a través de los finos travesaños de la escalera cae trazando una línea resplandeciente, con una rodilla abrazada contra el pecho, y se zambulle al estilo bomba. Un enorme signo de exclamación de espuma aparece en tu campo visual, se disgrega y se desmorona sobre el enorme borbotón. Luego, el murmullo del tanque curando de nuevo su superficie azul.

Más travesaños delgados. Agárrate fuerte. La radio se oye más alta aquí, uno de los altavoces colocado sobre una de las entradas de cemento de los vestuarios te queda a la altura de los oídos. Un tufillo húmedo y frío sale del interior del vestuario. Te agarras fuerte a las barras de hierro, te doblas, miras hacia abajo y a tu espalda y puedes ver a la gente comprando chucherías y refrescos allí abajo. Puedes verlo todo desde arriba: la cima blanca y limpia de la gorra del vendedor, los envases de helado, las neveras de latón humeantes, los tanques de sirope, las serpientes de las mangueras de soda, las cajas abultadas de palomitas saladas recalentadas por el sol. Ahora que estás en lo alto puedes verlo todo.

Hace viento. Cuanto más alto llegas más viento hace. El viento es fino; cuando sopla a la sombra te enfría la piel mojada. Con el fondo de la escalera y a la sombra tu piel se ve muy blanca. El viento te produce un silbido agudo en los oídos. Faltan cuatro travesaños para el final de la escalera. Los travesaños te hacen daño en los pies. Son delgados y te demuestran cuánto pesas. En la escalera pesas mucho. El suelo te quiere de vuelta.

Por fin puedes ver lo que hay por encima de la escalera. Ves el trampolín. La mujer está ahí. Tiene dos caballones de callos rojos y de aspecto doloroso en la parte posterior de los tobillos. Está de pie al principio del trampolín y le miras los tobillos. Ahora estás por encima de la sombra de la torre. El hombre corpulento que hay debajo de ti está mirando por entre los travesaños de la escalera el espacio que la mujer tiene que atravesar.

Ella se detiene durante el instante que dura un latido del corazón. No hay ni rastro de lentitud. Te quedas helado. En un abrir y cerrar de ojos llega al final del trampolín, toma impulso hacia arriba, luego hacia abajo, el trampolín se comba hacia abajo como si no la quisiera. Luego asiente, rebota y la arroja violentamente hacia arriba y hacia fuera. Sus brazos se abren para trazar el círculo y de pronto desaparece. Se esfuma en un parpadeo oscuro. Y pasa tiempo antes de que oigas el impacto allí abajo.

Escucha. No parece apropiado, esa manera de desaparecer durante el tiempo que transcurre hasta que se oye el ruido. Como cuando tiras una piedra en un pozo. Pero te da la impresión de que ella no piensa lo mismo. Ella era parte de un ritmo que excluye el pensamiento. Y ahora tú también te has convertido en parte de él. El ritmo parece ciego. Como las hormigas. Como una máquina.

Decides que es necesario pensar en esto. Después de todo, puede ser apropiado hacer algo temible sin pensarlo, pero no cuando lo temible es el propio hecho de no pensar, o cuando resulta que el pensar es inapropiado. En algún momento los detalles inapropiados se han amontonado hasta cegarte; el aburrimiento fingido, el peso, los travesaños finos, el dolor en los pies, el espacio segmentado por la escalera en encuadres unidos solamente mediante una desaparición en el tiempo. El viento en la escalera que nadie hubiera esperado. La manera en que el trampolín sobresale de la sombra para entrar en la luz y no puedes ver más allá de su extremo. Cuando todo resulta distinto a lo esperado uno tendría que ponerse a pensar. Es lo que habría que hacer.

La escalera está atestada debajo de ti. La gente está apilada, separados los unos de los otros por unos pocos travesaños. La escalera está conectada a una nutrida cola que retrocede y traza una curva hasta la oscuridad de la sombra escorada de la torre. La gente de la cola tiene los brazos cruzados. Los que están al pie de la escalera están ansiosos y miran todos hacia arriba. Es una máquina que solamente se mueve hacia delante.

Subes a la lengua de la torre. El trampolín resulta ser muy largo. Tan largo como el tiempo que pasas en él. El tiempo se ralentiza. Se condensa a tu alrededor mientras tu corazón late cada vez más veces por segundo y sus latidos abarcan todos los movimientos del sistema de la piscina allí abajo.

El trampolín es largo. Desde donde estás parece estrecharse hasta la nada. Te va a enviar a alguna parte que su propia longitud te impide ver y parece inadecuado entregarse a esto sin pararse a pensar.

Mirado de otro modo, el mismo trampolín no es más que una cosa larga, plana y delgada cubierta con una sustancia plástica blanca y áspera. La superficie blanca es muy áspera y tiene motas y rayas de un color rojo pálido y acuoso que sin embargo nunca deja de ser rojo para convertirse en rosa: viejas gotas de agua de la piscina que atrapan la luz del sol vespertino sobre las montañas escarpadas. La sustancia blanca y áspera del trampolín está mojada. Y fría. Los pies te duelen por culpa de los travesaños delgados y tienen una sensibilidad exacerbada. Se resienten de tu peso. Hay barandillas en el principio del trampolín. No son como las barras laterales de la escalera. Son gruesas y están muy bajas, de modo que casi tienes que agacharte para cogerte a ellas. Solamente son de adorno, nadie se coge a ellas. Agarrarse lleva tiempo y altera el ritmo de la máquina.

Es un trampolín largo, frío, áspero y blanco de plástico o fibra tic vidrio, veteado del mismo color triste cercano al rosa de las golosinas baratas.

Pero al final del trampolín blanco, en su extremo, en donde te apoyas con todo tu peso para hacer que te arroje lejos, hay dos zonas de oscuridad. Dos sombras planas bajo la luz del sol. Dos formas ovales difusas y negras. El final del trampolín tiene dos manchas sucias.

Son de toda la gente que ha pasado antes que tú. Mientras estás aquí de pie tus pies están reblandecidos y marcados, doloridos por la superficie áspera y mojada, y ves que las dos manchas oscuras las ha hecho la piel de la gente. Es piel erosionada de los pies por la violencia de la desaparición de gente provista de un peso real. Más gente de la que podrías contar sin perderte. El peso y la erosión causada por su desaparición deja trocitos de pies reblandecidos, migas, grumos y tiras de una piel sucia, oscurecida y morena cuyos trocitos diminutos y deslavados se ven a la luz del sol al final del trampolín. Se amontonan, se deslavan y se mezclan. Se oscurecen formando dos círculos.

Fuera de ti el tiempo no transcurre en absoluto. Es asombroso. El ballet vespertino que tiene lugar allí abajo se mueve a cámara lenta, con los movimientos pesados de mimos sumergidos en jalea azul. Si quisieras podrías quedarte aquí encima para siempre, vibrando tan deprisa por dentro que flotarías inmóvil en el tiempo, como una abeja flotando sobre alguna sustancia dulce. Pero tendrían que limpiar el trampolín. Cualquiera que lo piense un segundo se dará cuenta de que tendrían que limpiar del extremo del trampolín toda esa piel de la gente, esas dos huellas negras de lo que queda del pasado, esas manchas que desde aquí detrás parecen ojos, ojos ciegos y bizcos.

El sitio donde estás ahora es tranquilo y silencioso. La radio grita al viento y chapotea en otra parte. No hay tiempo ni más sonido real que tu sangre chillándote en la cabeza.

Estar aquí en lo alto comporta visiones y olores. Los olores son íntimos, recién blanqueados. Es ese peculiar aroma floral de la lejía, pero de su interior emanan otras cosas hacia ti como una nieve sembrada de hierba. Notas un olor intenso a palomitas amarillas. A un aceite dulce y tostado como el de los cocos calientes. Deben de ser perritos calientes o maíz tostado. Un rastro diminuto y cruel de Pepsi muy oscura en vasos de papel. Y ese olor especial a toneladas de agua emanando de toneladas de piel, elevándose como el humo de un baño reciente. Calor animal. Desde lo alto es más real que nada.

Míralo. Puedes verlo todo en toda su complejidad, azul y blanco, marrón y blanco, bañado en un destello acuoso de color rojo cada vez más intenso. Todo el mundo. Esto es lo que la gente llama una vista. Y sabías que desde abajo no te podía parecer que estuvieras tan alto aquí arriba. Ahora ves qué alto te encuentras. Sabías que desde abajo no se puede saber.

El tipo que tienes debajo te dice, con la vista clavada en tus tobillos, el hombre calvo y corpulento: Eh, chico. Quieren saber. ¿Tienes pensado pasarte todo el día aquí o qué te pasa exactamente? Eh, chico, ¿estás bien?
Todo este tiempo ha habido tiempo. No puedes matar al tiempo con el corazón. Todo ocupa tiempo. Las abejas tienen que moverse muy deprisa para permanecer quietas.
Eh, chico, te dice. Eh, chico, ¿estás bien?
Brotan flores metálicas en tu lengua. Ya no hay tiempo para pensar. Ahora que hay tiempo no tienes tiempo.
Eh.
Lentamente ahora, atravesándolo todo, surge una mirada que se extiende como las ondas que aparecen en el agua cuando lanzas algo. Mira cómo se extiende desde la escalera. Tu hermana, a la que acabas de ver, y sus amigas blancas y delgadas, señalándote. Tu madre mira hacia la parte menos profunda de la piscina donde estabas antes y pone la mano en forma de visera. La ballena se agita y se sacude. El socorrista levanta la vista, la niña que le agarra la pierna levanta la mirada, echa mano al megáfono.

Debajo para siempre hay una terraza áspera, chucherías, música tenue y metálica, ahí abajo donde solías estar. La cola está abarrotada y no permite marcha atrás. Y el agua, por supuesto, solamente es blanda cuando estás en su interior. Mira hacia abajo, Ahora se mueve bajo el sol, llena de monedas duras de luz dotadas de un resplandor rojizo a medida que se alejan y se funden con una niebla que es1a sal de tu propio sudor. Las monedas estallan formando lunas nuevas, cascotes alargados procedentes de los corazones de estrellas tristes. El tanque cuadrado es una sabana fría y azul. Lo frío es una modalidad de lo duro. Una modalidad de la ceguera. Te han pillado desprevenido. Feliz cumpleaños. ¿Creías que ya había pasado? Sí y no. Eh, chico.

Dos manchas negras, un momento de violencia y desapareces en el pozo del tiempo. La altura no es el problema. Todo cambia cuando vuelves abajo. Cuando impactas con todo tu peso.
Entonces, ¿cuál es la mentira? ¿Lo duro o lo blando? ¿El silencio o el tiempo?
La mentira es que haya que elegir entre una cosa y otra. Una abeja quieta y flotante se mueve demasiado deprisa para pensar. Desde lo alto la dulzura la hace enloquecer.
El trampolín asentirá y tú saldrás despedido, y los ojos de piel podrán cruzar a ciegas un cielo empañado de nubes, la luz horadada se vaciará detrás de esa piedra afilada que es la eternidad. Que es la eternidad. Pisa la piel y desaparece.
Hola.

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lunes, septiembre 15, 2008

A vueltas con Septiembre: September, de David Sylvian y September gurls, de Big Star

Como decía el viernes, Juan Carlos Gun me proponía esta breve canción de David Sylvian, September, que quizá contiene en sus notas algo de esos ecos dorados, cierta placidez y bondad, la lentitud de un atardecer que pareciera aplazarse.

September

The sun shines high above
The sounds of laughter
The birds swoop down upon
The crosses of old grey churches
We say that we're in love
While secretly wishing for rain
Sipping coke and playing games
September's here again
September's here again





Alex Chilton
, líder de Big Star, compuso este clásico, September gurls, en 1974, y apareció publicada en su disco Radio City, segundo trabajo de esta banda. Viniendo de The Byrds, bastan los tres primeros acordes para ver qué lejos ha llegado esta canción. Muchos de los grupos que prefiero (Teenage fanclub, claro, que, por cierto, andan grabando nuevo disco), vienen de esta forma de entender la música, que es una forma de entender la vida. Un clásico del que pueden leer más en esta entrada de Hipersónica (enlace). A mí me apasiona esta canción, su deje melancólico, sus resonancias, la forma en que se te queda, flotando, para siempre.

September gurls

September gurls do so much
I was your butch and you were touched
I loved you, well, never mind
I've been crying all the time

December boys got it bad

September gurls, I don't know why
How can I deny what's inside
Even though I'll keep away
Maybe we'll love all our days

When I get to bed, late at night
That's the time she makes things right
Ooh when she makes love to me







Hace un año y dos días: Faemino y Cansado: el del cordero

Hace un año y un día: Facto Delafé y las Flores azules: nuevo vídeo, nuevo single y nuevo disco

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viernes, septiembre 12, 2008

Centrándonos: Seat girls + Los niños y el amor + Vuelve el fútbol

Vaya por delante que me había dicho a mí mismo que no, que ni mucho menos, que éste iba a ser un artefacto respetable, que la gente pudiera recomendar por sus virtudes elevadas, por sus cualidades para el intelecto. Y nada. Me doy un paseo por alguno de mis blogs de cabecera y me gusta tanto lo que veo que no puedo resistirme a dejarlo aquí, para que se vea, para que los que vengan disfruten lo que he disfrutado yo viéndolo. (Esto -estoy seguro- se podría haber explicado con dos palabras).

Así las cosas (cómo me gusta decir esto), vía Llámame Lola me encuentro con dos joyas y les cuento.

A mí el rollo cheerleader no me gusta demasiado. De hecho, es una categoría que siempre me salto en las páginas pornukis. Esas chicas con esos uniformes tan tiesos, esos calcetines, esas coletas, ufff, esos pimpones. Además, me ponen nervioso. No, no me gusta nada. Pero héte ahí que por lo que veo las cheerleaders se han puesto al día, muy, pero que muy al día. Dicho lo cual pongo esta obra de arte y me digo a mí mismo que no me debo saltar la categoría cheerleader en las páginas porno. Ahhh, y se me pasaba: el próximo coche que me compre será un Seat. Digo.



Bajo el lema Our children are colour blind, según leo en Llámame Lola, la directora Yasmin Ahmad dirige este Tan Hong Ming, el nombre del niño chino que está enamorado de una compi malaya. Los niños se enamoran, claro que sí y, si no, echen la vista atrás. Una delicia.



Y revisión en profundidad a mi maestro, El barón rojo, del que me quedo con esta mezcla de fútbol, fetichismo y humor, mucho humor. Ni que decir tiene que las categorías High heels y Feetjob siempre han sido parada obligatoria en mi deriva pornointernetsera.



Y no muchos más, queridos niños y niñas. Hoy tenía preparado otra vuelta de tuerca a Septiembre, tal vez la definitiva a través de un vídeo que me mandaba Juan Carlos Gun (abrazos, muchos). Lo dejo para otro día. Como les iba contando, y como decía el Pichanube, se me agarra el nervio a la cabeza y me da por poner estas cosas de chicas y pies y cosas de ésas. Espero que sea de su agrado, nada más. Con el tiempo, esta poética me parece, tal vez, la más verdadera y definitiva: que los libros lleguen al lector y gusten, que nos hagan disfrutar las canciones, que todo a lo que nos acercamos nos alimente, y nos divierta y olé. Mil gracias por sus generosos comentarios, por su tiempo, por sus visitas. Vienen los primeros fríos con mínimas bajas. No habrá que olvidar las rebecas, una manta ligera sobre la cama, un café caliente al despertar, una madrugada transparente. Ayer, volvió a suceder ese milagro que tanto me gusta: entré en casa a eso de las siete, dejando atrás una tarde de verano y, cuando salí de nuevo con Mus a eso de las once, me recibió una noche fría de otoño. Abrazos y besos y, por qué no, los micrófonos, que diría Caye.


Hace un año: Casa de citas: Montaigne

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jueves, septiembre 11, 2008

Septiembre


Guy Sargent

Septiembre tiene la mueca de los armarios, un polvo de trasluz y aire, un tendedero que alguien olvidó en una casa vacía.

Pareciera que en Septiembre terminara todo, como si de repente, casi en el final de la fiesta, se encendieran mil luces que iluminaran a las parejas abrazadas en los rincones, los ojos rojos del que ha bebido demasiado, el sueño que aún no ha destrozado el tramo último de la noche.

Septiembre es un intruso, el timbrazo que nadie quiere oír, el telegrama y las malas noticias, sus stops, sus renglones cortados por la prisa.

Septiembre es esa piel reseca de la que el moreno se va alejando a manchas, un paso de peatones que iluminan la lluvia y una farola, el rojo de las luces de los frenos, el día alejándose deprisa, una carta que pronto se irá aplazando.

Septiembre es un relámpago en una tarde lechosa, la línea que no continuaremos, un sabor a bronce en los labios, el toque de queda silencioso que nos advierte de lo que queda detrás, de lo que no volverá nunca, de lo que no podremos retener ni en el recuerdo.

Septiembre tiene eco, un eco que se repite -y duele- sobre las terrazas infinitas de una conciencia casi vacía.


Hace un año y un día: El año del pensamiento mágico, de Joan Didion

Hace un año: Mi vida sin mí y otras cosas del meter: 3ª temporada y una canción

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martes, septiembre 09, 2008

Mudanzas (un poema inédito)



Mudanzas


Volver a lo de siempre,
inaugurar de nuevo eso que permanece
como si no estuviera,
un mapa sumergido, la vuelta hacia unas horas
en las que siempre has habitado.

Adivinar, en ese trazo en blanco
que queda entre las líneas borradas,
todo lo que has fundado:
un perfil, un lugar, un calendario,
las muecas que dejaste
y que ahora te sostienen:
un destino, un origen, un trayecto,
todo eso que termina o que comienza,
indiferente.

Saber que la única enseñanza
de un tiempo repetido de mudanzas
es que nada se pierde, que todo permanece,
que no se recupera nunca nada.

Adivinas y sabes, reconoces.
Vuelves a lo de siempre después de lo siempre.


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viernes, septiembre 05, 2008

Un pintor: Pablo Gallo

La vuelta de las vacaciones me ha traído varias sorpresas muy gratas en el buzón de entrada del correo.

La primera luce, desde comienzos de esta semana, en la cabecera del blog, junto al perfil del que escribe estas torpes líneas. Es un dibujo del pintor Pablo Gallo a partir de una fotografía que le mandé. Ni que decir tiene que el retrato es genial y, por si les interesa, no, no hace justicia al original, que es algo más calvo y más viejo (la foto tendrá pronto tres años) y con más kilos -qué desastre el del tiempo-. Pues eso, que la pongo porque me parece una obra muy buena de un artista soberbio y así, como dice Andrés, nos vamos viendo las caras.

Pablo Gallo (A Coruña, 1975) tuvo la generosidad de invitarme a participar en su proyecto El libro del voyeur, dejando unas líneas a un dibujo que me proponía y que dejo aquí. Las líneas, claro está, nunca serán tan buenas como el trazo sugerente de su mano. Me encanta lo que hace. El erotismo de Gallo se asemeja mucho -a veces, demasiado- a esas imágenes que uno lleva atesorando desde el final (o no tan final) de la infancia.

Cada cual es dueño de su imaginario erótico y sólo los artistas plásticos tienen el poder de hacernos partícipes de ese secreto, muchas veces a voces. Un poema, un relato erótico, son sólo una toma de una puerta cerrada, mientras que Pablo Gallo, a través de ese círculo mágico, ha llegado a poder mirar a través de la cerradura en un viaje apasionado y apasionante en torno a nuestra conciencia.



En su página en Flickr pueden ver varios sets de dibujos (enlace)

Además, Pablo Gallo perpetra fotografías, pinturas, vídeos. En su página web (enlace) pueden darse un paseo por su obra, y por su mirada, entre asombrada y repleta de espanto y piedad -como quería Faulkner-, a una serie de animales muertos.

A mí me apasionan su vídeos. Pablo tiene su propia página en Youtube (enlace) y sube mensualmente un trabajo. Hay dos que me encantan. Una composición a base de 133 dibujos eróticos circulares, y Un último paseo por la nieve, un homenaje a Robert Walser. He estado este verano con el Walser que Vila-Matas persigue en Doctor Pasavento (un librazo, un lujazo del que nos ocuparemos por aquí en breve) y, entre las líneas, veía este vídeo de Pablo Gallo. Que lo disfruten y no le pierdan la pista. Nos va a dar muchas alegrías.





Así que no mucho más, queridos niños y niñas. Tiempo algo revuelto y fresquito para el fin de semana. Primer tiempo de rebecas, que seguramente volveremos a colgar, aferrados a un verano tardío que perderemos del todo en unas semanas. Como ven, la nueva temporada del blog va a hacer cierto aquello que anuncié hace un par de meses: voy a ir actualizando el artefacto conforme anden las fuerzas y disponga de tiempo. Quiero que esto refleje la pasión con la que uno se acerca a algunas cosas y no estoy contento con algunas entradas de hace un tiempo. Eso sí, para mí sigue siendo un placer perpetrar esto. Les deseo un buen finde y les mando un abrazo fuerte. Le vamos a dar gas :))

Hace un año y un día: De las vacaciones

Hace un año: Reentré musical: Manu Chao y M.I.A.

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miércoles, septiembre 03, 2008

De Francia ( I )

Niños, niñas, me llena de orgullo y satisfacción volver a este artefacto, poder dejar de nuevo mis cosas por aquí y, claro, leerles. Muchas gracias por sus mensajes de bienvenida, que me han devuelto la alegría en esta penosa vuelta al tajo. Ayyyy.

Pues eso, que he estado en Francia este verano; como dejé apuntado en el último post pre-vacacional, en Masquières (según el censo, con veintipocos habitantes, pero juro que no vi más de tres), en el departamento de Lot et Garonne, en la región de Aquitania.

Excelente verano, genial en lo atmosférico, excelso en lo gastronómico, muy provechoso en lecturas, en puestas al día, perfecto en cuanto al descanso, con una visita de honor del gran Nicolinni, osease, que estoy encantado.

He estado en una región repleta de vegetación, de cultivos (mucha vid y mucho girasol), de pueblos preciosísimos -medievales-, y de franceses cariñosos, educadísimos, encantadores. En pleno centro del foie (que lo haya comido y disfrutado no quiere decir que no apoye la prohibición del foie), he aprovechado para alternarlo con esos quesos que nada más pronunciarlos puede uno ponerse a llorar de alegría y esos panes franceses que son un milagro. Francia, al menos donde he estado, tiene la virtud de conservar el sabor y el olor de los alimentos, de los tomates, de la carne. Además, cosa que yo no sabía, son sabios manipuladores de los embutidos, y hacen unas salchichas de carne (chipolatas y saucissons -o algo así-) con mezcla de canard -pato-, cerdo y ternera que son como volver ahora mismo.

Francia, esta Francia, es educada, suave, reconfortante, casi dulce y amable, muy amable. Cuidan lo que tienen -desde la comida hasta las carreteras, los pueblos, la vegetación, las basuras (reciclan como locos)- y saben hacerlo.

Quien quiera pasar unos días tranquilos, comer en granjas y dar paseos por pueblos muy pequeños, de piedra, que me lo diga y le mando direcciones y teléfonos. Dejo unas foticos, que pongo casi al azar, mientras me digo: fromage, pan, vacaciones...












Hace un año: Bienvenido, Javier

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