A través de los comentarios se ha suscitado un intenso debate sobre si el gazpacho debe llevar pepino o no. Como en esto soy partidario de la heterodoxia, creo que lo mejor es que cada uno haga lo que quiera y lo que crea oportuno, así que cederé y admitiré la receta que Miriam da a través del foro de Manzanas Azules (enlace) bajo el título de Gazpacho para gourmets.
Sin embargo, debo decir que el de mi madre (que es el que me gusta) lleva: 1 diente de ajo, 1 casco de cebolla, medio pimiento verde, miga de pan empapada en vinagre y agua, sal, un kilo y medio de tomates muy maduros (mejor tipo pera), medio vaso de aceite y medio pepino. Todo ello, claro está, picado, batido y pasado por el chino.
Por ahí he leído gazpachos de melón, de fresas, de sandía, incluso de mariscos. Perfecto. Sería como decir una paella de fresa, o un arroz al horno con melocotones, pero que cada uno haga lo que quiera, ¿no?
El gazpacho, sin entrar en honduras que no sé, proviene de una costumbre de los segadores que, en pleno verano, en el sur, cuando descansaban hacían una especie de sopa fría, añadiendo al agua lo que tenían a mano. Su objetivo, seguramente sin ellos saberlo, era reponer las sales minerales que habían perdido a través del sudor. Le pondrían lo que tuvieran a mano, nada más y nada menos.
Pero admito esa receta de Miriam por una sencilla razón: la tremenda variedad de gazpachos y por una historia personal que así me lo indica. En mi casa, cuando se comía en verano y había gazpacho (casi todos los días) se enfrentaban dos maneras radicalmente distintas de tomarlo: mi padre, como hacían en su familia (padre de La Alpujarra, madre de Huelva), tomaba el gazpacho de postre, después de haber comido; sin embargo mi madre, también como su familia (padre de la Vega de Granada, madre de Almería) lo tomaba como primer plato o como entrante. Los hijos, claro, teníamos que elegir el bando donde nos alineábamos. Mi opción era ir variando: unos días de postre y otros como entrada.
Publicidad: Visa
Vía El barón rojo (que ya está vacacionando; gracias) veo un anuncio que me ha hecho pensar. Creo (no sé cómo lo vereis vosotros) que el anuncio se vuelve en contra de la marca y que es justamente el personaje que va contracorriente el único capaz de detener ese ritmo que, de una forma u otra, todos llevamos metido en el cuerpo. Hay que detenerse, pararse, hacer una pausa.
Publicidad: ayuda humanitaria
Veo en Las insólitas aventuras del pez (gracias, compañero) una campaña para la fundación neerlandesa de ayuda humanitaria Cordaid. Siempre tengo especial cuidado con este tipo de campañas porque más allá de las causas, siempre justas, hay maneras más o menos dignas de presentar las cosas, algunas realidades.
Hace falta cierta sensibilidad en la forma de mirar para poder exponer una realidad espeluznante y hacerla llegar a los que no salimos en la foto pero sujetamos de idéntica manera esa cerveza, el after-shave, el bolso. Me han dejado boquiabierto estas fotos publicitarias y creo que son muy buenas, magníficas.
Niños, niñas: volvemos al viernes y al fin de semana, éste especial porque nos cargamos junio y medio año, cosa que no me agrada demasiado. Antes, recuerdo, quería que llegara el verano. Ahora quiero que todo se demore, que todo dure y, sin embargo, pasa el tiempo muy rápido, demasiado rápido. Lo dice todo el mundo: ayer estábamos celebrando nochevieja y ya estamos en julio. Lo único que se me ocurre es disfrutar: un gazpachito (no el de Miriam, eh) una paellita, una siesta, un paseo, una charla, una peli, un helado, un libro o, como pedía Parreño: una metáfora, un cuerpo, una pastilla. Las temperaturas van a seguir subiendo un poco y ya están ahí las noches de verano, ese lujo al alcance de todos. Poco más. Agradecido, os mando un abrazo fuerte :-) (cómo me gustan estos dibujillos)
Hace un año: Casa de citas: Voltaire, Cioran y Cortázar
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