viernes, febrero 05, 2010
Polvos de talco, francesas y píldoras anticonceptivas
Quiere mi casa, el diseño de mi cuarto de baño, que cada vez que hago pipí me encuentre de frente, en un armarito, en la balda de arriba, dos botes de polvos de talco, ese enigma. (Quede claro que los hombres, cuando hacemos pipí, miramos a cualquier lado con tal de salpicar un poquito tapa y suelo, como dios manda)
Después de muchos años viéndolos, le pregunté a María de dónde habían salido, por qué los teníamos, y, sobre todo, de dónde venía uno de ellos que gira bajo la marca Evans, un prodigio de vintage.
Ni que decir tiene que María no recordaba haberlos usado; yo tampoco, pero me gustó mucho lo que me contó.
Según ella, en el momento en que decidimos vivir juntos, hizo su listado de cosas que necesitábamos para no olvidar nada en la compra primera de cosas imprescindibles para entrar a vivir en un piso absolutamente vacío. Me contó que, al ver siempre, de niña, en su casa polvos de talco, consideró que tener un par de botes era algo absolutamente imprescindible.
Y ahí están los botes de polvos de talco, en la balda de arriba del armarito blanco de cristales que habita en el baño. Sin usar, sin abrirse siquiera, pero con ese sentido -mágico- que les dio el juzgar que lo que había en casa de nuestros padres era necesario en nuestra casa, a pesar de no tener muy claro ninguno (no tenemos hijos) para qué sirven los polvos de talco.
Que yo sepa, o que recuerde, sólo he usado polvos de talco (mezclados con ese prodigio que gira bajo el nombre de Halibut) en un momento maravilloso: siempre en verano, cuando las caminatas con el bañador mojado te producían unas horrorosas rozaduras, que el agua del mar, la arena, hacían aun más dolorosas.
Esas caminatas, en una primera época (más niño) eran para ir a pescar a La Joya (una de las playas más maravillosas del mundo), al lado de Torrenueva (uno de los pueblos más feos del mundo), cerca de Motril, en Granada.
Las caminatas con el bañador mojado para pescar se convirtieron luego en caminatas con el objeto de buscar francesas, que solían frecuentar una urbanización, Acapulco, a la que se llegaba después de recorrer los 3 kilómetros de ese rectilíneo paseo marítimo que tenía el mágico nombre de Acera del mar (así tituló Luis Muñoz uno de sus primeros libros).
Íbamos a buscar francesas, recorríamos 3 kilómetros de paseo marítimo, padecíamos de rozaduras (era algo muy común; de hecho, nos la enseñábamos, en un ejercicio comparativo entre amigotes, a ver quién la tenía más larga, por mucho que fuera sólo una rozadura). A lo que iba, que me he perdido: que íbamos a buscar francesas, el caminar con el bañador mojado nos producía rozaduras, porque un chico francés, amigo nuestro, Alain (un bicho malo), nos había contado que en Francia, a las chicas, en cuanto cumplían 14 años, las madres le echaban en las comidas pastillas anticonceptivas para que follaran lo que quisieran. Para nosotros, claro, aquello era un sueño, lo mejor que habíamos oído nunca, y padecíamos de rozaduras por ir a buscar a esas chicas de 14 años que consumían -por un tubo, según nos contaba Alain- píldoras anticonceptivas sin siquiera saberlo.
Ahora que lo pienso, quizá, hay un hilo fino de plata entre esa inocencia nuestra en pos de las francesas de 14 años totalmente pildoradas y ese momento en el que María apunta en su lista de la compra polvos de talco pensando en lo que había en casa de sus padres. Son un brindis al sol ambos, un gesto de confianza y un acto de fe en un camino. Imagino por un momento una unión imposible y atemporal de los dos momentos y vuelvo a descubrir que el mundo, muchas veces, es un mecanismo hermosísimo, y está bien hecho.
Y en esas andamos.
Y no mucho más, como ven. Gracias por su tiempo y su paciencia, disfruten del finde. Un abrazo enorme y muchos besos. Biban las francesas, biban las píldoras anticonceptivas y biban, claro, los benditos polvos de talco.
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6 comentarios:
Jajaja..Un beso Cuti
Yuju ¡! Uno de tus superposts Enrique, que bonito ¡!! Me has recordado los polvos de talco, mi madre siempre tuvo (de hecho la voy a preguntar si lo siguen teniendo porque ese bote es precioso) los de ausonia, las personas mayores suelen usarlo, yo es una cosa que cuando lo he visto en otras casas siempre he pensado en comprar y siempre he vuelto a olvidar, recuerdo cuando mi hermano era bebe y mi madre lo usaba para que no se le irritase el culito y que me encantaba el olor, por eso queria comprarlo, no me gustan los desodorantes modernos, a ver si me acuerdo. Qué nombre tan bonito para una playa, me la apunto por si un día nos salimos de málaga :)
Vosotros detrás de las francesas estando rodeados de lozanas andaluzas, hay que ver... jaja, muchos besos y buen finde.
Cuantos recuerdos de esas rozaduras y la mezcla explosiva del Halibut pomada y los polvos de talco. También se usan en verano cuando los zapatos cerrados de hacen daño y vas sin calcetines, así ya sabes este verano a usarlos que te dan sensación de frescor. Pocas francesas habría en La Torre. Un beso.Mam.
Después de la frase lapidaria de Mam, "pocas francesas habría en La Torre", fruto de la experiencia y del conocimiento de la zona, me planteo una duda: ¿cruzasteis, en alguna ocasión, alguna palabra con ellas? Lo mismo eran de Chamberí (la etimología induce al despiste) y los gestos seductores que imaginabais no eran más que señas de solomillo o de duples... Si es que la mano que mece la cuna es la mano que derriba los mitos :)
Un beso, M.
Volvieron los posteos a Querido Rock!
Estás invitado a pasar.
Un abrazo.
Éste se me había pasado, compa Enrique, y es, simplemente, genial. Me recordaba, por momentos, a esos bañadores con borlas de El marido de la peluquera (es la imagen que se me venía a la cabeza), pero tu peripecia es mucho más jugosa, vaya que sí. Qué gozada...
Un fuerte abrazo y buen día.
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