No puedo dejar de pensar en la historia que hay detrás, en lo que se rompe en pedazos, en lo que un gesto (brutal y, por lo tanto, absurdo y cobarde) puede hacer añicos. "Miseria moral" señala Juan Marsé y es acertado.
Uno de los dos ecuatorianos que murió en Barajas se llamaba Diego Armando y era joven, muy joven. Había pasado el día trabajando en la construcción -uno de esos días fríos de diciembre- y, junto a su novia, tras la jornada laboral, fueron a bailar (me acuerdo de que en la película El hombre que perdió su sombra, de Alain Tanner, un entrañable Francisco Rabal decía eufórico: "nos vamos a poner guapos y nos vamos a ir a bailar" y era un toque perfecto para ese personaje marxista y soñador que interpreta y que era; irse a bailar representaba justo eso, una celebración, un reunirse con la vida. Ahora en España no se "va a bailar". Ingresados en un occidentalismo puro, aquí no se sale ya a bailar. Salen a bailar los inmigrantes y hay discotecas latinas que son para eso, para bailar. La modernidad de España ha hecho añicos el baile. Fueron los guateques -bailes privados- los que pusieron el punto y final al salir a bailar. Aquí se baila accidentalmente, como complemento de una noche que ha empezado antes en los bares, en los restaurantes, en la plaza pública del botellón).
(Por cierto, es muy buena la reflexión de Josep Ramoneda en el suplemento Domingo de El País. Escribe sobre ese hecho de que hayan sido dos inmigrantes, ecuatorianos, las víctimas de Eta. Señala y creo que es importante: "Su muerte, absurda como todas, demuestra cómo una neurosis local -la que alimenta ETA- no puede aislarse de la realidad global que los dos inmigrantes representan. Quizá por ahí se abra alguna vía a la esperanza.")
Tras pasar toda la noche bailando, Diego Armando y su novia fueron a Barajas, a recoger a la madre de ella. Debido al cansancio acumulado por tantas horas laborales y de júbilo, él se quedó a echarse un rato en el coche y ella fue a por su madre. No puedo dejar de pensar en ese momento, en ese punto exacto en el que se rompe la historia, en esa extrema fragilidad que somos.
Me he estado acordando todo este tiempo de un poema de Carlos Marzal (Valencia. 1961), Lleno de ruida y furia, de su libro Los países nocturnos (Tusquets.1996) , que toma el título de la novela de Faulkner, que a su vez lo toma del soliloquio de Macbeth de Shakespeare. Lo pongo aquí, con un fuerte abrazo.
Lleno de ruido y furia
En otra esquina más del laberinto,
una cualquiera, en otra arruga más
de la desfigurada cara de este mundo,
nuestros pasos se cruzan sin saberlo.
Alguien pierde la historia de su historia
por no pararse a tiempo en un escaparate,
mientras, al otro lado de aquel mismo cristal,
alguien ya se ha dolido
de una definitiva carencia incomprensible.
En una calle anónima, un sujeto en la sombra
nos perdona la vida, después de haber pensado:
Hoy has vuelto a nacer, hijo de puta,
y el caminante próximo es la víctima.
Una voz al azar en un transporte público
no sabe, compungida,
explicarse por qué alguien sobre el que habla
estuvo en un lugar que jamás frecuentó,
en el instante exacto en que estalló la bomba.
Un teléfono suena,
en la casa vacía suena y suena,
y quién sabe qué vidas ya se han precipitado
en quién sabe qué pozos
de qué impensable noche.
A veces he querido
traducir ese rostro con expresión idiota
con el que el mundo nos mira y lo miramos,
y termino contándome, idiota, alguna historia,
cuyo humor no he aprendido a traducir aún.
Ya saben: el coche mortuorio,
parado a nuestro lado, en el semáforo,
en el centro de un día que esplende, indiferente.
O aquella, tortuosa, de hospital:
un tipo muy contento, tras un feliz diagnóstico,
entra en un ascensor donde alguien llora.
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8 comentarios:
una historia triste la de hoy.Que fuerte es una muerta sin lógica ninguna, como han sido todas estas. Buena relación del poema con todo esto tan incomprensible y a lo que no encuentro ninguna razón que lo justifique. besos para los tres. Ros
No sé qué me ha conmovido más, si el poema o tus reflexiones. Por otra parte, sigo pensando que un megáfono no habría estado de más a la hora de evacuar el aparcamiento. M.
hola Enrique!! muy feliz año!! ando liada y meditativa, será la crisis que olvidé pasar en la adolescencia? no sé, en cuanto me recupere, vuelvo a bloggear. Un besazo!
Matar es muy fácil. Lo difícil es dar continuidad a la vida. "Lo difícil es vivir"
Sí, Ros, tiene mucha relación, sobre todo con el hecho de cómo puede cambiar todo en un instante.
Gracias por el comment, M. Si es así, es terrible; pero eso sí, la culpa la tiene quien la tiene.
Pussyyyy, qué ganas tenía de volver a verte. No te preoucupes de las crisis; son cambias, que te empujan hacia adelante (qué cursi, pero qué cierto). Estoy deseandito volverte a leer. Otro besazo para ti y feliz año (que lo será).
Volando, sí que es fácil; la cobardía, además, es patente. Un abrazo muy fuerte.
Lo dificil es saber encajar los avatares q te tiene preparada la vida; intentar encajarlos con una sonrisa, aunq sea a medias, sin quejas, sin reproches, sin miedos y el azar, el destino, la casualidad (llámese como se quiera) a veces tiene mucho q ver en todo ello. Un beso. Cuti.
Un poema que te rompe.... Y Ramoneda sabio como siempre, el único con dos dedos de frente.
Sí, Alvy; creo que Ramoneda está de los más acertado últimamente. Vuelvo a su libro sobre la disilusión política y espero contarlo por aquí. Un abrazo.
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