lunes, marzo 31, 2008
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Restaurador
Se aleja la luz de la estancia
y lame la madera
del alto ventanal que me cobija.
Como la sirena creciente
y metálica de las fábricas,
la penumbra me advierte
que acaba otra jornada ante este lienzo
en el que dos ejércitos se acercan
para una batalla acerada
en una llanura difusa
que no sabe de lanzas ni de ejércitos.
En la marea oculta de los siglos
aún permanece la llanura
y ahora desconoce el tráfico,
las torretas de luz,
el triste avance de la ciudad
hacia sí misma.
Permanece también el lienzo,
su tela arrugada y mordida
y excavada por siglos, los botines
diminutos del tiempo
que he ido rescatando con mis manos
y con el precio de mil jornadas
bajo este ventanal que no conoce
tampoco.
Yo, que conozco la llanura y el lienzo,
el paso de los años, todo lo bello y quieto,
no permaneceré.
El último que piense en mí
me sepultará entre la lana
eterna y despaciosa del olvido
y ya no habrá restauración
posible,
nadie se acordará de mí.
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6 comentarios:
¡Qué manía con lo de no permanecer!
Bello poema Enrique.
Un beso, Miriam G.
Jejeje, me he reido, Miriam, mucho, con lo de la manía. De hecho, sigo riéndome. Cómo me ha gustado esa lectura tuya, tan asacramental. Un beso, Miriam :)))))
El poema es muy hermoso, compa Enrique, pero te he de confesar que acojona un poco; mejor no darle muchas vueltas; mejor, no darle ninguna...
Un fuerte abrazo (y buena semana).
No puedo prestarle la atención q me gustaría, semana espantosa, aunque ya se sabe: por un gustazo...;) Un beso. Cuti
Muy real pero triste, de este no me acordaba. Un beso.Mam.
Estupendo este poema, Enrique. da un poco de frio y bastante de calor. Otra manera de conjugar contrarios. Pero el verso final me parece definitivo, tajante, verdadero, sabio y crudo.
Otro abrazo.
Gerardo Venteo
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