Ayer leía una entrevista interesantísima (
enlace, pero no contiene la entrevista completa de la edición impresa) con
Michel Benichou, presidente de la delegación francesa en el Consejo de la Abogacía Europea, y uno de los abogados más destacados de Francia. Contaba un par de cosas de la reforma de la justicia emprendida por
Sarkozy que me llamaron la atención: la posibilidad de divorciarse ante notario (y ojo, que aquí gusta mucho lo francés), sin pasar por el juzgado, y la supresión de la justicia de proximidad. Eso, niños y niñas, (qué cosas pasan...) me llevó a pensar en las braguitas de
Carla Bruni y, para que no piensen bien de mí, me explico:
Hace ya unos días, en un blog muy variado y excelente (además, tiene chicas -no se pierdan, por ejemplo, el 3 de enero de este 2008 recién estrenado-),
El blog de pangloss, me encontraba la referencia a un artículo de
Arcadi Espada sobre las braguitas de la
Bruni en una foto reciente con
Sarkozy, donde, entre otras cosas -deliciosas- cuenta que la
Bruni apoyó públicamente a
Segolène Royal y despotricó de su actual novio.
Arcadi Espada (ya he hablado aquí de él) ha tenido una de las páginas más leidas de este mundo virtual y, por esas cosas que tiene la vida, ha terminado en
El Mundo, haciendo un blog exhaustivo, profundo, inteligente y lúcido (
enlace), marca de su casa. Como
Arcadi Espada es bastante libre e independiente, también acabará riñiendo con
El Mundo y buscará otro lugar, seguro.
Así que lo mejor es dejarle las fotos y el texto (soberbio) de
Espada, no sin antes advertirles que el gran
Barón rojo ya puso hace un tiempo unas foticos de la
Bruni desnuda (
enlace).
"El Misterio de Letrán y las braguitas de Luxor"
" He tenido que deshacerme del periódico, casi de un modo violento, para venir a escribirte. Me tenía preso una fotografía del presidente de la República francesa y su novia, tomada en Luxor, donde la pareja pasa sus vacaciones de Navidad. Estaba absorto en la contemplación de las braguitas que asomaban por la cintura de Carla Bruni, desbordando sus tejanos. Braguitas negras, si no me engañan la visión y el deseo, rematadas en el borde expuesto por una geometría de pequeñas pirámides: la señora Bruni iba a juego con el ambiente. Mi interés por ella es el propiamente masculino, aunque limitado. Durante algunos meses tarareé su cancioncilla nescafé, su Quelqu'un m'a dit que tu m'aimais encore y fantaseé con encontrarme en alguno de esos interiores parisinos, en el Marais, bien sûr, donde suelen recalar mis queridos bohemios burgueses, a los que no hace justicia la semántica española de su anagrama (BoBos) dado que ninguno se ha visto con un pelo de tonto. Pero, respecto a la señora Bruni, el interés no puede ni debe ir más allá. Otra cosa bien distinta es el actual presidente de la República francesa, que concita desde hace ya tiempo mi interés fascinado. La distinción la explica muy bien la fotografía de la que te hablo. Las braguitas de la señora Bruni son un dato muy habitual del paisaje. Tienen interés desde el punto de vista de la moda y sus recovecos, y en especial desde esa vieja aspiración femenina que consiste en enseñar las bragas con decencia. La picardía ha tenido su éxito, un éxito masivo, y no se puede decir que la señora Bruni marque tendencia. Lo importante de esas braguitas, lo sabes bien, es que están asociadas al presidente de la República francesa y esa circunstancia convierte la fotografía en una gran novedad. Una novedad, desde luego, precedida de otras absolutamente fenomenales: la primera, que el presidente de la República se divorcie de su esposa; la segunda que se eche novia al cabo de unos días; y por último no sólo que se diga que el presidente de la República tiene novia, sino que lo diga él mismo, exhibiéndose con gestos sentimentales. Todos esos pasos hay que repetírselos despacio y en voz alta para que se entiendan bien. Son una novedad radical en Francia y en la inmensa mayoría de países del mundo. Francia, en concreto, venía de diseños muy distintos de la vida privada de sus dirigentes. Entre las imágenes intuidas o susurradas sobre esa vida de los presidentes de la República yo elijo por encima de todas la del agonizante Mitterrand, convocando en el Elíseo a sus amigos para la última cena, la cabeza envuelta en la canónica servilleta con que se amortigua el impudor de la trituración de los huesecillos de hortelanos, el pajarillo delicioso y prohibido que el presidente les sirvió. Ciertamente, entre ese presidente y el de las braguitas de Luxor hay la misma distancia que entre un faraón y un turista de las pirámides. El amor es siempre transversal, desde luego. Quiero decir que es el territorio donde menos mérito y dificultad tiene la apertura a la izquierda de Sarkozy. Pero aun así conviene no olvidar que Carla Bruni, fiel a su bohemia socialdemócrata, optó públicamente por Segolène Royal y criticó acerbamente la política de inmigración del entonces candidato. O sea que el romance quedará inexorablemente vinculado a la voluntad del presidente de la República de ampliar su mayoría social. Ouverture, que es lo que tienen todas las óperas. Mucho más, cuando siguiendo la extraña cuadratura del destino, el romance se desencadenó coincidiendo con el nombramiento del presidente de la República como canónigo de honor de la abadía romana de San Juan de Letrán. Letrán y Luxor son los dos polos de la formidable ambición sarkozyniana. De las braguitas todo lo sabes ya. Lo que se vio y se oyó en Letrán fue un discurso. Otro de los discursos importantes del presidente francés, debido a la pluma de su valido Henri Guaino, que es uno de los grandes escritores políticos de Francia y un negro presidencial de leyenda. Completamente imprescindible, además: como demostró la entrevista de El Mundo (27-12-07) Sarkozy pierde mucho sin la palabra de Guaino.
El discurso de Letrán puedes leerlo en muchas webs. Yo lo hice en La Croix.com porque que me pareció un lugar idóneo. Es una pieza larga, muy bien trabada. Fue escrita y dicha firmemente, sin complejo ninguno. Hay dos afirmaciones sustanciales. La primera es que la creencia religiosa es moralmente superior a cualquier otra. La segunda que la identidad de Francia es cristiana. Obviamente, no encontrarás esas frases textuales en el discurso. Se trata, ya te lo he dicho, de un discurso de una gran inteligencia retórica, donde la contundencia del mensaje se aprecia mejor cuanto más favorable a sus tesis es el receptor; simétricamente, cuando menos adhesión, más se aprecian los matices compensatorios y el equilibrio de las propuestas. Pero, de cualquier modo, el presidente no engaña a nadie. Declara, por ejemplo, que las ideas científicas, políticas, culturales que "nos mantienen en camino", como dice la encíclica papal, pueden dar sentido pasajero a una vida. "Pero ninguna de ellas", decía Sarkozy, "saben explicar lo que pasa antes de la vida y luego de la muerte". Te hago notar, desde luego, el optimismo naïf del presidente. ¡Como si las religiones explicaran lo que pasó antes de la vida y de la muerte! Instalado en la superioridad de la trascendencia el presidente subraya luego que la debilitación religiosa no ha mejorado la vida. "La desafección progresiva de las parroquias rurales, el desierto espiritual de los suburbios, la desaparición de los patronatos, la penuria de los sacerdotes, no han hecho más felices a los franceses". E, incluso se encara, audacia no le falta, con el pensamiento laico de la República. No para derogarlo, desde luego; le basta con cargarlo de adjetivos y hablar de "laicidad positiva": como todos los de su clase el adjetivo no suma sino resta. Y, sobre todo, para dar a entender que la laicidad ilustrada es un sobrevenido en la historia de Francia, que puede convivir con la trascendencia, pero a costa de no discutirle su legitimidad fundacional: "Arrancar la raíz [cristiana] es perder el significado, debilitar el cemento de la identidad nacional y desecar aún más las relaciones sociales que tanta necesidad de símbolos de memoria tienen". Sus mensajes al laicismo adquieren incluso un punto conminatorio: "Es por eso que hago votos para el advenimiento de una laicidad positiva, es decir de una laicidad que velando por la libertad de pensar, de creer o de no creer, considere que las religiones no son un peligro, sino, por el contrario, una ventaja".
Las religiones son un peligro, claro. Especialmente por la intolerable superioridad moral que exhiben sus fábulas, y que atraviesa de cabo a rabo el discurso de Letrán. Pero no es el momento de discutírselo. Es el momento de reseñar la voluntad centrípeta del presidente de la República francesa, que tira de las convicciones diversas como lo haría un poderoso desagüe, que combina la transparencia de Luxor y el Misterio de Letrán y que está llamando con una voz de potencia desconocida a una re-unión (rassemblement) colectiva, ética, cultural y política, cuya única premisa incuestionable es la identidad del anfitrión. Tal vez un astuto oportunista, como suplican día y noche sus enemigos. Tal vez alguien que ha entendido la necesidad profunda del eclecticismo en el gobierno de los asuntos públicos. Tal vez, como sin duda él elegiría, lo uno y lo otro.
Sigue con salud "
Hace un año:
De esa cierta inmortalidadTechnorati Tags:arcadi espada sarkozy carla bruni braguitas
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